¡Coraje, aunque hayas pecado! ¡También hay salvación para ti!
Por eso oraba San Andrés de Creta, en nuestro nombre y en nombre de todos los que pecamos frente a Dios: “Quítame las pesadas cadenas del pecado y, por Tu piedad, dame lágrimas de humildad”. ¡Y vaya si no debemos derramar lágrimas de humildad! Porque sólo dos clases de agua limpian la suciedad del pecado: el agua del Bautismo y las lágrimas de contrición.
¡Ten coraje, aunque hayas pecado! ¡También hay salvación para ti! Jesucristo, quien llevó sobre Sus hombros el peso de todos los pecados del mundo, pagando con Su muerte en la Cruz nuestras deudas con Dios, puede cargar también con tus faltas.
Por eso oraba San Andrés de Creta, en nuestro nombre y en nombre de todos los que pecamos frente a Dios: “Quítame las pesadas cadenas del pecado y, por Tu piedad, dame lágrimas de humildad”. ¡Y vaya si no debemos derramar lágrimas de humildad! Porque sólo dos clases de agua limpian la suciedad del pecado: el agua del Bautismo y las lágrimas de contrición. Aún más, así como dice San Juan Climaco, “después del Bautismo, qué importante es el manantial de las lágrimas, aunque parezca una osadía esto que digo. Porque el Bautizo lava nuestras viejas maldades, pero las lágrimas lo hacen de los pecados cometidos aún después de ser bautizados. Ciertamente, todos hemos enturbiado el Bautismo recibido, pero todos podemos purificarnos otra vez con nuestro llanto. Y si Dios, aún con Su amor por la humanidad, no nos hubiera dado el llanto y la contrición, difícilmente podríamos salvarnos”.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, pp. 83-84)