Cristo, el consuelo de nuestro corazón
Cristo es amor, bondad y consuelo, y jamás nos sofoca, porque tiene en abundancia el oxígeno espiritual que nos conforta.
El hombre que valora su pureza espiritual y la guarda, conserva también la Gracia Divina y mantiene siempre una visión clara. Incluso de lo impuro sabe sacar provecho, transformándolo en su taller interior: convierte, así, los papeles inútiles en servilletas limpias, hojas o cuadernos; de los objetos de bronce rotos hace candelabros, y del oro, santos cálices. En cambio, quien se deja llevar por la malicia y piensa vilmente, convierte incluso lo bueno en malo, como la fábrica que produce material de guerra: con el oro elabora balas y proyectiles de cañón, porque así están hechas sus maquinarias.
Por eso, hermanos, rechacemos siempre los malos pensamientos, centrándonos solamente en los que son buenos, si lo que queremos es que la fábrica “mala” de nuestro corazón se convierta en algo virtuoso.
Desde luego, nadie tiene que someterse al cultivo de una escolástica enfermiza, para no verse anegado después por el desasosiego (luchando contra los pensamientos), sino que tiene que simplicar su labor, confiando en Dios y no en sí mismo. Cristo es amor, bondad y consuelo, y jamás nos sofoca, porque tiene en abundancia el oxígeno espiritual que nos conforta. Una cosa es la acción espiritual sutil, y otra cosa es la escolástica enfermiza, que ahoga con el desasosiego interior (al forzarnos sin discernimiento), que siempre provoca dolores de cabeza.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, p. 153)