¿Cuál de estas dos opciones eliges?
¡De qué manera nos tiene enceguecidos el demonio, que nos ha inducido a olvidarnos de nuestro propósito supremo, y nos alienta a honrar más las cosas de esta breve vida que las de la eternidad!
Piensa en lo siguiente. Si fueras un convicto, cuyo delito es castigado con la pena de muerte, y el juez te da a elegir entre dos variantes, de las cuales la primera consiste en deambular por las calles, hambriento y vestido en harapos, llorando por tus faltas y delitos, implorando a todos que te perdonen, y después de tres días ser exculpado y liberado, para que puedas volver a tu vida normal; y la segunda, en tres días de libertad absoluta para comer, beber y hacer todo lo que te apetezca, y después ser encerrado para siempre en un calabozo… ¿Cuál de las dos opciones elegirías? Sin duda, la primera, a menos de que tengas algún problema de raciocinio y te inclines por la segunda.
Cristo es el Juez y todos nosotros somos los culpables, los condenados, y Él nos permite elegir entre esas dos variantes. O lloramos y nos lamentamos por nuestros pecados en los efímeros días de nuestra vida terrenal, practicando la austeridad, el ayuno y demás sacrificios, sabiendo que en la vida futura alcanzaremos la felicidad eterna, o seguimos satisfaciendo nuestros caprichos, endulzándonos con los placeres materiales de esta vida pasajera, que no dura ni tres días en comparación con la eternidad, para después sufrir el tormento eterno. ¡Ay de nosotros! ¡De qué manera nos tiene enceguecidos el demonio, que nos ha inducido a olvidarnos de nuestro propósito supremo, y nos alienta a honrar más las cosas de esta breve vida que las de la eternidad!
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, Editura Egumenița, 2009, p. 272)