Palabras de espiritualidad

¿Cuál es el rol de las tentaciones en nuestra vida?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La guerra espiritual dura toda nuestra vida. Tenemos dentro muchos vicios escondidos y no llegaríamos a conocerlos, si no fuera porque algún suceso nos los llega a revelar. Pero si alguien trabaja en la virtud, pero no atraviesa tentaciones, la puerta del orgullo se le abre, lo que podría llevarle a la pérdida de su alma.

El cristiano que vive de acuerdo a los mandamientos de Dios, debe enfrentar numerosas tentaciones.

En primer lugar, porque el enemigo, intentando obstaculizar nuestra salvación, se esfuerza con todo tipo de artimañas para conseguir su propósito.

En segundo lugar, porque la verdadera virtud debe templarse con los obstáculos.

Esta es la razón por la cual la guerra espiritual dura toda nuestra vida. Tenemos dentro muchos vicios escondidos y no llegaríamos a conocerlos, si no fuera porque algún suceso nos los llega a revelar. Y si no nos viéramos vencidos por algo, impotentes de oponernos a las flechas ardientes del enemigo, no conoceríamos nuestra debilidad, no nos haríamos humildes y no dejaríamos de confiar tan sólo en nuestras furezas, acudiendo inmediatamente al auxilio del Todopoderoso; en esto, nuestra humildad nos acompaña, atrayendo Su ayuda.

Y si durante nuestra vida llegamos a parecer devotos por afuera, libres de iniquidades —aún cuando digamos y pensemos que somos pecadores— nos estamos engañando y consolándonos con nuestra aparente virtud. Así, nuestra mente estará encegueciendo y, olvidándonos de nosotros mismos, podríamos llegar a juzgar a los que se dejan vencer por las pasiones. Por esto es que el Señor permite que sintamos la dureza de los vicios y que seamos vencidos por ellos, para que nos humillemos y nos consideremos verdaderos pecadores, con el corazón contrito y lleno de humildad.

Pero si alguien trabaja en la virtud, pero no atraviesa tentaciones, la puerta del orgullo se le abre, lo que podría llevarle a la pérdida de su alma.

(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, vol. I, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 158-159)