Cuando de nuestro interior brota la luz del Reino de Dios
El hombre que lleva el Reino de Dios en su interior, lo participa a otros de una forma que no se puede ver.
Tenemos que conquistar el mundo, conservando la atmósfera celestial que hay en nosotros. Porque, si perdemos el Reino de Dios de nuestro interior, no nos salvaremos ni nosotros ni nuestros semejantes. El hombre que lleva el Reino de Dios en su interior, lo participa a otros de una forma que no se puede ver. Entonces, los demás se sienten atraídos por su paz y su calidez, y empiezan a buscar la forma de convivir más con él. Así, poco a poco, esa atmósfera de los Cielos va inundándolos a ellos también, hasta conquistarlos por completo.
Cuando es evidente para los demás que el Reino de Dios está en nosotros, no hace falta que les hablemos de ello: el Cielo mismo brotará de nosotros, incluso al guardar silencio o cuando conversemos de las cosas más simples. El Cielo brillará desde nuestro interior, aunque ni nosotros mismos nos demos cuenta de ello.
Un detalle más: aquellos que no practiquen la obediencia, no conocerán el Reino del Señor en su interior, porque el desobediente quiere hacer siempre su voluntad y no la de su Creador. Y no es posible que haya más reinos dentro de un reino, el de Dios. Eso es precisamente lo que pretendían los “espíritus caídos”, y por esta razón fueron apartados del Señor, del Reino de la Gloria.
(Traducido de: Starețul Tadei de la Mănăstirea Vitovnița, Cum îți sunt gândurile așa îți este și viața, traducere de Valentin Petre Lică, Editura Predania, București, 7514/2006, p. 51)