Palabras de espiritualidad

Cuando el centro de todo soy yo mismo

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

El individualismo no ha hecho más que aislar uno de los propósitos principales de la creación del hombre. El hombre no fue creado solamente para sí mismo, sino que fue creado para toda la humanidad.

Padre, el individualismo parece cer una enfermedad social. ¿Es posible que alcance también a los fieles?

—Estamos hablando de un gran defecto del momento histórico que vivimos. Pero me niego a creer que sea algo incurable.

Todos estamos atentos a lo que llevamos con nosotros cuando partimos a un viaje largo, que se hace paso a paso, pero con firmeza y siguiendouna determinada dirección. El individualismo no ha hecho más que aislar uno de los propósitos principales de la creación del hombre. El hombre no fue creado solamente para sí mismo, sino que fue creado para toda la humanidad. Porque la tragedia de toda la humanidad debe ser vivida como si fuera nuestra propia desgracia. Cada uno de nosotros es responsable también del que está a su lado.

Este es el sentido de la educación cristiana sobre la creación, misma que tenemos que conocer. En el momento en que elige aislarse, el hombre entra en una forma de semi-asociación con el demonio, porque está obedeciendo únicamente a sus propios pensamientos.

Lo primordial para la concepción cristiana de las cosas es el sacrificio; la condición para salvarte e iluminarte es saber sacrificarte. El Apóstol Pedro, cuando tuvo lugar la Transfiguración del Señor, le dijo a Este: “Señor, qué bueno que estamos aquí. Levantaremos tres tiendas…”. Era como si el Cielo se entrelazara con la tierra. Y el Señor le respondió: “Está bien, Pedro”. Pero ¿qué hacemos con el sacrificio del Gólgota? Una semejanza la encontramos en una simple candela: la mecha, para poder iluminar, tiene que arder. La condición para que alumbres es sacrificarte. Esta es la explicación de la función de la candela o la veladora. Y si no sabemos sacrificarnos, nos quedamos en el mismo lugar.

(Traducido de: Arhimandritul Arsenie PapaciocCuvânt despre bucuria duhovnicească, Editura Eikon, Cluj-Napoca, 2003, pp. 187-188

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