Palabras de espiritualidad

Cuando el hombre deja de apreciar los milagros que le rodean…

    • Foto: Bogdan Bulgariu

      Foto: Bogdan Bulgariu

El equilibrio existe, porque Dios, por medio de Su Provedencia, lo sostiene. Todo este mundo es un milagro. La creación, la duración del mundo, los diversos acontecimientos que tienen lugar en él, todo eso son milagros con los que Dios actúa en el mundo y en nuestra alma.

Todo lo que hizo el Señor y todo lo que hace Dios por nosotros es un milagro. De lo contrario, el mundo actual se desmoronaría en un instante. Si Dios no sostuviera el universo con Su Providencia, todo lo que existe se destruiría inmediatamente. No es que el universo tenga su equilibrio o quién sabe qué atracciones o repulsiones mantengan el equilibrio del universo...

Según los cálculos de los físicos, la cantidad de materia existente en el universo no explica su equilibrio. Tendría que desaparecer inmediatamente. Y, sin embargo, el equilibrio existe, porque Dios, por medio de Su Provedencia, lo sostiene. Todo este mundo es un milagro. La creación, la duración del mundo, los diversos acontecimientos que tienen lugar en él, todo eso son milagros con los que Dios actúa en el mundo y en nuestra alma. El problema es que nos hemos acostumbrado tanto a esos milagros, que ni siquiera los notamos más… Oímos hablar de íconos que lloran, por ejemplo. Los fieles van y los admiran, pero, al volver a casa, retoman su vida de pecado. No hay nada ni nadie que nos cause una profunda impresión, porque lo que nos impresiona es la ciencia.

Es posible que la ciencia haya avanzado mucho, pero no explica nada con certeza y no significa nada extraordinario. A todos nos fascinan los logros de la técnica, pero también los apetitos del cuerpo, el alcohol, el tabaco, la “buena vida”, los automóviles de lujo, las casas elegantes. He conocido personas que, por ejemplo, viven en una casa de lujo, o en una masión con decenas de habitaciones… y quienes habitan esas suntuosas residencias son solo dos ancianos… No tuvieron hijos, pero el anhelo de su vida era vivir en una casa de diez habitaciones. Yo creo que, a lo largo de su vida, esas personas no llegan a conocer ni la mitad de las recámaras de su casa. Son personas que se envanecen por el auto que conducen y la casa que habitan. Pero, hermanos, esas son cosas que provienen del demonio del orgullo, que es uno de los pecados más graves que existen.

(Traducido de: Părintele Gheorghe CalciuCuvinte vii, ediție îngrijită la Mănăstirea Diaconești, Editura Bonifaciu, 2009, p. 107)