Cuando el hombre renace en Cristo…
La oposición a los apetitos carnales y de los sentidos, así como la esperanza en Cristo para poder obrar el bien, que es lo contrario, es la señal directa de haber renacido en Él.
Preguntémosle al Apóstol por qué los paganos y los judíos como ellos estuvieron muertos hasta la venida de nuestro Señor. Esto es lo que dice el Aoóstol: porque elegían satisfacer los apetitos del cuerpo y los sentidos (Efesios 2, 3). Pero ¿qué fue lo que pasó con ellos, después de haber renacido en Cristo? Que, a pesar de todos esos apetitos del cuerpo y los sentidos, se mostraron como hombres de Cristo Jesús, para poder obrar las virtudes. De esta forma, la oposición a los apetitos carnales y de los sentidos, así como la esperanza en Cristo para poder obrar el bien, que es lo contrario, es la señal directa de haber renacido en Él. Como vemos, todo esto es algo muy simple de entender.
Debemos tener clara la voluntad del cuerpo y los sentidos. En otro lugar, el Apóstol lo llama sencillamente “cuerpo” o “cuerpo con pasiones y apetitos”, o “el pecado que vive en nosotros”, y a lo opuesto lo llama “espíritu”. Asimismo, este es el modo en el que expresa la ley principal del cristiano: “Dejaos conducir por el Espíritu, y no os dejéis arrastrar por las apetencias de la carne” (Gálatas 5, 16). “Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu” (Gálatas 5, 25); y si vivimos en el Espíritu, esto se hace manifiesto porque no satisfacemos los impulsos del cuerpo. Al comienzo, ese apetito, ese pecado no vivía en nosotros: éramos seres espirituales. La señal del hombre era el espíritu, y este, una fuerza viviendo en Dios, abrevándose con la vida de Dios y dirigiendo todo hacia Él, y todo lo demás del hombre, tanto interior como exteriormente.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Viața lăuntrică, Editura Sophia, 2011, p. 173)