Cuando el llanto es inútil y hasta pernicioso
El llanto exagerado cuando alguien muere es dañino tanto para el difunto como para aquel que llora. Pero, atención: cuando nos entristecemos y lloramos por nuestras faltas, esas lágrimas sí que son agradables a Dios.
Ya que el amor por nuestros difuntos es algo que no se puede destruir, porque se nos ordenó apiadarnos de ellos y orar por sus almas como por nosotros mismos, entendemos que las lágrimas y el arrepentimiento por las faltas cometidas exhortan a Dios a la misericordia por el extinto, según Su promesa de atender las súplicas de quien ora con fe, oración que también brinda paz al que ora. Ciertamente, al morir, nuestros difuntos nos piden que no lloremos por su ausencia, sino que le pidamos a Dios por ellos y que no los olvidemos, amándolos como siempre lo hemos hecho.
Por eso, el llanto exagerado cuando alguien muere es dañino tanto para el difunto como para aquel que llora. Pero, atención: cuando nos entristecemos y lloramos por nuestras faltas, esas lágrimas sí que son agradables a Dios, además de ofrecernos un gran provecho espiritual y asegurarnos una recompensa en la vida eterna.
Si los vivos pueden ser de ayuda para la salvación de los difuntos, ¿qué podrían conseguir con su simple y desproporcionado llanto? ¿Cómo podría apiadarse Dios del difunto, si en vez de orar por él derramamos verdaderos torrentes de lágrimas, abandonándonos a la tristeza e incluso murmurando en contra Suya? Cuando esto sucede, los difuntos, viéndose sin los beneficios de las oraciones que los demás podríamos elevar por ellos, se entristecen profundamente porque los hemos desamparado.
(Traducido de: Părintele Mitrofan, Viața repausaților noștri și viața noastră după moarte, Editura Credința strămoșească, Petru Vodă – Neamț, 2010, pp. 366-367)