Cuando el llanto nos ayuda a salvar nuestra alma
Las lágrimas nos dan la esperanza de la salvación, como dice San Nicodemo el Hagiorita: “El remordimiento es el tormento de tormentos, y la paz de la conciencia es el gozo de gozos”.
De acuerdo con los Santos Padres, las lágrimas pueden ser de diferentes clases. En primer lugar, podemos mencionar las lágrimas de amor a Dios, cuando el hombre piensa en la belleza de la creación divina. Estas constituyen el llanto más excelso, llamado también “llanto de gozo y de añoranza divina”. Las lágrimas de amor fortalecen al hombre. También tenemos las lágrimas por temor a Dios. Estas tienen una fuerza menor que las primeras, porque el llanto de amor a Dios es el del hijo por el Padre, en tanto que el llanto de temor es el del siervo que no quiere enfadar a su Señor. El llanto de temor intercede ante Dios por el perdón de los pecados y es el antecesor del primero. (Filocalia, vol. IX). El llanto de temor “seca” al hombre, como las tenazas que se queman por la acción del fuego.
Las lágrimas de amor y compasión por nuestro semejante, por los enfermos de los hospitales, por los pobres, las viudas, los huérfanos, los hambrientos, los forasteros y los que no tienen con qué vestirse, por todos los que sufren. Estas lágrimas son santas y redentoras, a semejanza de las primeras mencionadas.
Las lágrimas por el miedo a morir y a los tormentos del infierno. También estas lágrimas son beneficiosas y redentoras, porque traen frutos de contrición.
Las lágrimas “naturales”, es decir, las de los esposos, los familiares, las de los padres por sus hijos y de los hijos por sus padres. Estas lágrimas no son ni buenas ni malas. Es un llanto que a veces se manifiesta también en los animales.
Las lágrimas de vanidad. Estas son muy peligrosas, porque, junto a las lágrimas buenas, redentoras y humildes, el demonio suele infiltrar un llanto de presunción, con el único propósito de atraer los elogios de los demás. Pero el llanto espiritual tiene que ser siempre secreto y desconocido para los otros, y solamente Dios y el padre espiritual deben tener conocimiento de él.
Las lágrimas de placer, que brotan del apetito, la embriaguez, la ira, el rencor, etc.
La octava clase de lágrimas son las lágrimas por haber sufrido un perjuicio, por causa de la pobreza, por el dolor físico de las heridas o por padecer alguna enfermedad.
Las primeras cuatro clases de lágrimas son redentoras; las lágrimas “naturales” no son ni buenas ni malas, y las últimas clases de lágrimas son inútiles y hasta nos pueden llevar a ser condenados.
Luego, el llanto espiritual es doble. El primero, es decir, una tristeza permanente en el corazón y la mente por los pecados cometidos, un estado silencioso de humillación, por no poder hacer el bien que es debido. Este tipo de llanto eleva al hombre a mismo lugar donde lo alzan las buenas acciones que sí ha logrado hacer. La tristeza del corazón logra lo mismo que todas las virtudes y lleva al hombre a un segundo tipo de llanto, mucho más sublime, que es por amor y temor a Dios.
Dice un venerable padre que “aquel que siente repulsión por sus pecados, es como un firmamento nublado que anuncia que en cualquier momento se desatará una fuerte lluvia, es decir, el llanto”. Las lágrimas nos dan la esperanza de la salvación, como dice San Nicodemo el Hagiorita: “El remordimiento es el tormento de tormentos, y la paz de la conciencia es el gozo de gozos”.
(Traducido de: Arhimandritul Ilie Cleopa, Ne vorbește Părintele Cleopa, ediția a 2-a, vol. 5, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2004, pp. 61-63)