¿Cuándo empezaremos a arrepentirnos?
El clamor de quienes no se arrepienten llama al Señor al juicio, con la voz de Sodoma, pero el clamor de los pecadores contritos lo llama a la mistericordia, como el de los ninivitas.
“Parece que te has desorientado totalmente. Hallando la paz en tu casa y en las relaciones lisonjeras con quienes te rodean, has olvidado, parece, que debes mantener los oídos atentos. El maligno no duerme; te aturde un poco y, justo en ese momento, te deja ir una de sus trampas. Si mal no recuerdo, alguna vez te aconsejé lo que debes hacer. ¡Entonces, pon tu mente y tu alma a trabajar!
¡Está bien, claro que está bien! ¿Pero, se mantiene en tu lengua el dulce Nombre del Señor? Debes conseguir que se repita solo. Aunque tus pensamientos huyan a cualquier parte, cuando vuelvan, que encuentren en tu lengua ese Nombre... Intenta conseguirlo. Y en tu corazón tendrás mucho más calor. Este es el Paraíso: ¡Sí, en este mundo, pero es el Paraíso Celestial! ¿Qué más necesitas? La muerte-infiel vendrá, nos cerrará los ojos, nos atará las manos, nos amarrará los pies y nos dará a los gusanos. ¡Qué implacable es la muerte! Y ni siquiera la notas cuando aparece... ¡Y luego, lo que vendrá! El alma, pobre, se presentará desnuda y sola... hasta será posible ver a través suyo. Se verá a sí misma y todos los demás la verán... pero no tendrá en dónde esconderse y a dónde huir. ¡Qué momento aquel, tan estremecedor! ¡Recuérdalo constantemente! Y El Señor te ayudará a prepararte para esto y para presentarte ante Él con seguridad, y así decirle. “Me he esforzado en el buen afán”.
El Señor nos da el arrepentimiento cual baño celestial. Sí, porque la contrición nos purifica toda el alma y la vuelve blanca como la nieve. Lloremos y entristezcámonos. Nuestros pecados son muchos y es poca nuestra bondad. ¿Qué haremos? “¡Señor, ten piedad! Pues. faltos de toda disculpa, nosotros, los pecadores, te dirigimos como a un Soberano esta súplica: ¡Ten piedad de nosotros!”. ¡Qué dulce es para el Señor este clamor, proveniente de labios de un pecador! Contémonos entre los pecadores. Su clamor arrepentido atraviesa los Cielos y trae a Dios a este mundo.
El clamor de quienes no se arrepienten llama al Señor al juicio, con la voz de Sodoma, pero el clamor de los pecadores contritos lo llama a la mistericordia, como el de los ninivitas.
¡¿Cómo contarnos entre los justos?! ¡Ay de nosotros, cuando nuestra mente nos convenza de justificar nuestras faltas! ¡Qué pensamiento tan perverso! ¡Cómo mata al alma! Es como un rocío venenoso cayendo sobre la flor más delicada, o como un aire gélido que seca todo a su paso. Otra cosa es lo que sucede con el pecador que se arrepiente. Los abrazos del Padre le esperan. “Se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de besos” (Lucas 15, 20). Dios no desprecia un corazón humillado y contrito. Vamos, hagámoslo. Cuando gustemos la dulzura de la contrición, no desearemos probar ninguna otra”.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Învățături și scrisori despre viața creștină, Editura Sophia, București, 2001)