Palabras de espiritualidad

Cuando hacer el bien es "bueno"

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Pero si a pesar de mi cansancio soy capaz de hacer aún otro sacrificio, ayudando a alguien, me lleno luego de una alegría paradisíaca. Es entonces cuando me bombardea la bendición de Dios.

El bien es bueno, sólo entonces cuando el que lo hace sacrifica algo de sí mismo: su sueño, su descanso, etc. Por eso, Cristo dijo: “pero ella, de su pobreza...” (Marcos 12, 41-44). Entonces cuando, desde mi descanso, mi comodidad, hago algún bien, éste no tiene ningún valor. Pero si estoy cansado y alguien llama a mi puerta para pedirme, por ejemplo, que salga a mostrarle el camino, y lo hago, entonces sí que tiene valor mi acción. Otro ejemplo es, cuando después de dormir suficientemente, me voy a pasar la noche con alguien que necesita mi ayuda: ésto no tiene un gran valor; y si además me gusta conversar, puede que lo esté haciendo tan sólo para alegrarme de la camaradería, para distenderme un poco. Pero si a pesar de mi cansancio soy capaz de hacer aún otro sacrificio, ayudando a alguien, me lleno luego de una alegría paradisíaca. Es entonces cuando me bombardea la bendición de Dios.

Cuando alguien se agobia, no sólo ayudando a otro a hacer algo, sino también haciendo algo para sí mismo, lo que hace es cansarse con descanso. La persona que tiene espíritu de sacrificio, cuando ve, por ejemplo, a alguien que ya casi no tiene fuerzas y aún así se esfuerza trabajando, le dirá: “Deténte un poco a descansar” y se ocupará él de terminar el trabajo del otro. Entonces, el agobiado descansará físicamente, y el que le ayuda encontrará un descanso espiritual. Por eso, todo lo que hagas, hazlo de corazón, para que puedas cambiar espiritualmente. Todo lo que se hace con el corazón, no produce cansancio. El corazón es como un motor que debe cargarse de energía: mientras más trabaja, mucho más se llena de vigor.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Trezire duhovnicească, Schitul Lacu, Sfântul Munte Athos, 2000, pp. 193-194)

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