Palabras de espiritualidad

Cuando no entendemos la acción de la Trinidad

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Hay muchos que dicen: ‟Pareciera que uno es el Dios que habla en el Antiguo Testamento, y otro el que lo hace en el Nuevo Testamento”.

Actualmente, hay muchos que caen en la confusión al apreciar la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Dicen: ‟Pareciera que uno es el Dios que habla en el Antiguo Testamento, y otro el que lo hace en el Nuevo Testamento. No, no es otro Dios, pero habla en la medida en que podía hablar —por una parte, lo que pudo “aprehender” de Dios el manso Moisés (manso, sí, ¡pero que no se nos olvide cómo era su ley!), y lo que pudo hablar por medio de los demás profetas—; pero también hay otra cosa más a tomar en cuenta: cuánto pudo recibir la humanidad, en esos dos mil años entre Abraham y el Nacimiento del Señor. Dios genera en el pueblo elegido una cultura a la cual puede venir Él, para hablar de cosas que el hombre jamás se había imaginado. ¿Cómo cuáles? Como que Dios es Uno; este es el afán de todo el Antiguo Testamento en contra de la multitud de dioses a los que idolatraban los hombres. Pero, por otra parte, este Dios encarnado nos dice que es el Hijo de un Padre, y empezamos a ver una segunda Persona. En Su última prédica, habla de la venida del Espíritu Santo, “Quien procede del Padre”, es decir, de una tercera Persona. Una revelación de un Dios que es Único, pero en tres Personas: ¿quién podría imaginarse algo así? Aún hoy hay muchos que dicen que se trata de una invención de los filósofos griegos, y no sé qué otras cosas más.

Y no solamente esto. El hombre necesitó tres siglos para ser consciente de esta nueva revelación y utilizar la palabra “Trinidad”, es decir, un Dios en Tres Personas. Y fue necesario concientizar muchas cosas más a lo largo de la historia: catorce siglos hasta Gregorio Palamás, para que el hombre entendiera que en Dios hay dos aspectos: la esencia de Dios, lo que Él es en Sí Mismo, con quien podemos comunicarnos. (Nosotros no somos seres no-creados, no somos criaturas que existen por sí mismas, como Dios). Y también la energía, por la cual Dios se manifiesta y se entrega totalmente al hombre, y en esta energía el hombre se puede deificar más de lo que se imaginaba Adán, quien quiso que se le abrieran los ojos, para ver lo mismo que Dios. Porque el hombre puede devenir en un dios, por el poder y la obra de Dios como Gracia, hasta alcanzar la identidad total con Dios. Total, pero no en esencia.

(Traducido de: Ieromonahul Rafail Noica, Cultura Duhului, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002, pp. 105-106)