He aquí otro argumento importante en favor de la confesión: aquel que confiesa sus pecados, recibiendo la certeza de que de aquí en adelante no es él quien responde por sí mismo, sino el sacerdote que le dio la absolución, deja de sentir el tormento que esas faltas le provocaban y la impotencia de no poder dejar de cometerlas. El padre espiritual es ahora quien responde, porque lo hace en el nombre del Señor.

Nuestro Señor es quien asume esos pecados, por medio del padre espiritual. Es necesario experimentar el encuentro con Cristo, como si se tratara de una persona (tangible), de la única manera accesible para nosotros, de forma concreta. Es decir, encontrándonos con otra persona humana, quien te recibe cumpliendo con una función, sí, pero en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

(Traducido de: Alexandru Prelipcean, Spiritualitate creștină și rigoare științifică: notele de subsol ale filocaliei românești, volumul II, Editura Doxologia, 2013, p. 19)