Cuando perdonas, arrojas ese peso que te oprimía
Cuando perdono a alguien me libro del peso del rencor, que no me deja volar libremente hacia la eternidad.
He aquí lo que está frente a nosotros, ese permanente juicio. Y no se trata del hecho que alguna vez estaremos frente al juicio de Dios y entonces, realmente, como está escrito, la sentencia será durísima con aquel que no haya sido piadoso (Santiago 2, 13).
Entonces todos esos a los que no hayamos perdonado estarán frente a nosotros. Y si no hemos perdonado aquí en la tierra, no esperemos ser perdonados en los Cielos. Porque el perdón no consiste en que alguien —hombre o Dios— diga: “No tengo nada en contra tuya”, sino en la reconciliación. Si aquí, en la tierra, viendo toda la debilidad, la fragilidad, la atracción hacia el pecado, la imposibilidad de hacer el bien... no podemos ser miseriocordiosos unos con otros, otorgándonos el perdón, ¿cómo será entonces cuando nos veamos plenamente a nosotros mismos y a esas nimiedades asesinas que no hemos perdonado a nuestro semejante en el curso de su vida? No le hemos perdonado porque hemos sido envidiosos, celosos, porque ni hemos luchado, ni hemos sabido vencer nuestro propio orgullo. Son muchas causas, ¡y son tan pequeñas...!
(Traducido de: Mitropolit Antonie de Suroj, Despre întâlnirea cu Dumnezeu, traducere de Mihai Costiș, Editura Cathisma, București, 2007, p. 82)