Palabras de espiritualidad

Cuando somos padres, nos hacemos también parientes de Dios

    • Foto: Oana Nechifor

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Es imposible describir tan alta dignidad, otorgada por la divina bondad a los dos esposos; procreando, adquieren la posibilidad de hacerse parientes de Dios y herederos Suyos.

El matrimonio digno es la base de la armonía, de la paz y de la felicidad. No obstante, la más importante es la base de la procreación, la más alta dignidad que existe en el mundo creado por Dios, ya que, por medio de ella, Él nos revela que el mundo entero no vale lo que un solo hombre. Es imposible describir tan alta dignidad, otorgada por la divina bondad a los dos esposos; procreando, adquieren la posibilidad de hacerse parientes de Dios y herederos Suyos. Este privilegio, el de engendrar no soles, estrellas, galaxias o sistemas planetarios, sino un ser a partir de la imagen y semejanza de Dios, brota de la misma dignidad y armonía del matrimonio. Así, el hombre deviene en colaborador de la vida eterna, gracias a Dios.

El medio necesario para esta victoria es el amor puro y verdadero de los esposos, especialmente ante los problemas de la vida, porque nuestro porfiado enemigo no deja nunca de atacarnos. Así como la cabeza de la mujer es el hombre, éste debe cuidar el permanente amor que los unirá toda la vida. El Apóstol Pablo aconseja: “El marido cumpla con sus deberes de esposo y lo mismo la esposa.” (I Corintios 7, 3). Interpretando, más adelante, este misterio, dice: “La esposa no dispone de su cuerpo, sino el marido. Igualmente el marido no dispone de su cuerpo, sino la esposa.” (I Corintios 7, 4). Y agrega: “No se nieguen ese derecho el uno al otro, a no ser que lo decidan juntos, y por cierto tiempo, con el fin de dedicarse más a la oración. Después vuelvan a estar juntos, no sea que caigan en las trampas de Satanás por no saberse dominar.” (I Corintios 7, 5). Ese “a no ser que lo decidan juntos” que subraya el Apóstol Pablo, tiene un significado muy profundo, porque sin ese acuerdo aparece la sospecha de la maldad demoníaca; por eso se toma en cuenta también el medio comunitario, que suele germinar muchísimas tentaciones.

Para la estabilidad y la perseverancia del matrimonio, el Apóstol Pablo escribe: “En cuanto a los casados, les doy esta orden, que no es mía sino del Señor: que la mujer no se separe de su marido. [...] Y que tampoco el marido despida a su mujer.” (1 Corintios 7, 10-11). En otro punto, dirigiéndose al marido, dice: “¿Tienes obligaciones con una mujer? No intentes liberarte. ¿No tienes obligaciones con una mujer? No busques esposa.” (1 Corintios 7, 27).

(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, traducere din limba greacă şi note de Nicuşor Deciu, Editura Doxologia, Iaşi, 2012, pp. 121-124)

 

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