¡Cuánta belleza hay en el acto de perdonar!
¡Qué bello es perdonar! ¡Qué ligera y serena se vuelve el alma! Después de haber perdonado, el hombre experimenta una humildad tan especial, que desearía abrazar a todo el mundo, amarlos a todos y perdonar todo.
¡Qué bello es perdonar! ¡Qué ligera y serena se vuelve el alma! Después de haber perdonado, el hombre experimenta una humildad tan especial, que desearía abrazar a todo el mundo, amarlos a todos y perdonar todo. En verdad, no es tan difícil perdonar. Se necesita solamente un poco de coraje espiritual y piedad en el corazón. ¡Renuncia a tu orgullo y podrás perdonar fácilmente a tu semejante! ¡Destruye el odio que haya en ti, porque es el adversario de tu alma, y aquel que antes era tu enemigo se volverá tu amigo! Si logras vencer al enemigo que vive en tu interior, desarmarás también al que está fuera de ti.
No se te pide darle nada al que te ha ofendido, solamente perdonarlo de corazón. Y, haciendo esto, Dios te perdonará también incontables pecados y te otorgará un tesoro inconmensurable: ¡el Reino de los Cielos y la felicidad eterna en el Paraíso!
¡Dichoso el que sabe extinguir el odio con rapidez! No sólo evita que sus nervios se envenenen, sino que podrá morar eternamente entre los ángeles. Sabiendo esto, también nosotros, amados míos, aprendamos a reconciliarnos con nuestros adversarios. Y no nos justifiquemos diciendo que es el otro quien no quiere reconciliarse, porque si él no quiere perdonarnos, ¿qué impide que lo perdonemos nosotros? Si él se está suicidando espiritualmente con esta enemistad, ¿debemos caer también nosotros en el mismo error?
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, p. 146-147)