¡Cuánto orgullo hay en nosotros, aunque no nos demos cuenta de ello!
Cuando el primero terminó de hablar, el otro dijo con sencillez y afabilidad: “Perdóneme, padre, pero en mí no hay ni un ápice de orgullo…”.
Solamente la humildad es el camino que puede llevarnos a la felicidad, y (es también) la puerta que se nos abre para el bendito acercamiento de Dios.
San Juan Climaco cuenta que, un día, un monje muy juicioso estaba aconsejando a otro, que, sin darse cuenta, sufría de una gran soberbia. Cuando el primero terminó de hablar, el otro dijo con sencillez y afabilidad: “Perdóneme, padre, pero en mí no hay ni un ápice de orgullo…”. A lo cual el primero respondió: “¿Acaso hace falta otra prueba de las pasiones que te tienen sometido, más que las arrogantes palabras que acabas de pronunciar con tanta tranquilidad?”.
(Traducido de: Sfântul Macarie de la Optina, Povețe duhovnicești, Editura Egumenița, p. 103)