¡Cuidado con caer en la soberbia!
Cuando esta pervive en nosotros, nuestro interior se corrompe, aunque tengamos otras virtudes como la rectitud, el ayuno, la caridad o la oración. Porque, como dice la Escritura, “Dios detesta el corazón altanero” (Proverbios 16, 5).
No hay nada que nos aparte más del amor que Dios nos tiene a los hombres, y nada que nos arroje con más facilidad al fuego del infierno, como la tiránica pasión del orgullo y la vanagloria. Cuando esta pervive en nosotros, nuestro interior se corrompe, aunque tengamos otras virtudes como la rectitud, el ayuno, la caridad o la oración. Porque, como dice la Escritura, “Dios detesta el corazón altanero” (Proverbios 16, 5).
Al hombre no lo mancillan solamente los pecados carnales, como el desenfreno, el adulterio y otros semejantes, sino también el orgullo, mucho más que todo lo demás. Cada pensamiento lujurioso es, desde luego, un pecado mortal, cuyo origen es el deseo. Por el contrario, cuando hablamos del orgullo, no es posible encontrarle una causa o estadio inicial, para poder corregirlo, al menos un poco. El orgullo no es más que la perversión del alma, una grave enfermedad que proviene de la necedad. Ciertamente, el más demente del mundo es el orgulloso.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieții, traducere de Cristian Spătărelu și Daniela Filioreanu, Editura Egumenița, p. 34)