De algunos milagros de la Madre del Señor, por medio del ícono del Monasterio Prodromos
Creemos y damos testimonio, con todo el corazón, que la Madre del Señor, por su inmensa bondad, seguirá realizando milagros para aquellos que la honran con fe y amor, hasta el fin de los tiempos
«Habiendo llegado los padres al Monte Athos con el santo ícono, mandaron un emisario para que anunciara a todos en el monasterio, pidiéndoles que enviaran sacerdotes para que salieran al encuentro del santo ícono, cantando e incensando. Así, con el jubiloso repique de las campamas, el ícono fue solemnemente trasladado a la iglesia, en donde permanece hasta el día de hoy para ser venerado con devoción por propios y extraños.
Después de esto, se decidió que cada año el ícono fuera celebrado con la misma pompa y solemnidad, para que vinieran todos los que quisieran a honrarlo.
En esos días se hallaba en el monasterio un monje llamado Inocencio, quien sufría de una terrible enfermedad que apenas lo dejaba moverse, y quien llevaba tres semanas sin comer por causa de sus padecimientos. Pero, en el mismo instante en el que el ícono atravesó las puertas del monasterio, el monje se despertó como de un profundo sueño. Al enterarse de la llegada del ícono, pidió que lo llevaran a la iglesia para honrarlo. Cuando lo pusieron delante del ícono, el monje Inocencio oró así: “Oh, Madre de Dios, si es bueno que siga viviendo, sáname, porque sé que puedes hacerlo. Pero si no crees que deba curarme, que se haga tu voluntad. Señora mía, haz conmigo lo que creas que es lo mejor”. Habiendo dicho esto, piidió que lo llevaran de vuelta a su celda, lleno de una profunda alegría espiritual, aunque sin comentar con nadie lo que acababa de suplicarle a la Virgen. Una vez en su celda, pidió que le trajeran una camisa limpia y que lo ayudaran a vestirse con su esquema mayor de monje, y después que lo llevaran a comulgar.
Aproximadamente una hora después, el monje Inocencio entregó su espíritu, encaminándose a la presencia del temible Juez, pero teniendo como protectora a la mismísima Madre de Dios, quien habría de servirle como abogada para alcanzar la felicidad eterna del Reino de los Cielos.
Otro monje del monasterio, llamado Sergio, confiando en sus propias capacidades y no sin cierta soberbia, abandonó en secreto el monasterio y se fue a vivir en una cueva, esperando someterse a un esfuerzo ascético más severo.
Una noche, mientras oraba, vino a posarse sobre su cabeza un pequeño lucero. El monje Sergio siguió orando, creyendo que era un signo que había sido enviado para inspirarle coraje. Sin embargo, cuando menos lo esperaba, el lucero emitió un poderoso trueno, asustándolo terriblemente y haciéndolo caer como muerto. Luego de tres días, el padre Sergio se despertó, completamente sordo y casi sin fuerzas para erguirse. Como pudo se arrastró hasta el monasterio y les contó a todos la tentación que el maligno le había enviado. Como estaba sordo, se comunicó por escrito con los demás. Profundamente conmovidos por la desdicha del monje, los padres del monasterio lo llevaron a la iglesia, ante el ícono de la Madre del Señor, y oraron juntos por su salud. Casi al instante, el monje sintió que había recuperado totalmente el sentido del oído.
En otra ocasión, un obrero que trabajaba en el monasterio empezó a ser atacado por un espíritu impuro, atoermentándolo de forma atroz. Los monjes lo llevaron ante el ícono de la Madre del Señor y, elevando fervientes oraciones, como acatistos y paráclesis, vieron cómo el obrero era liberado rápidamente de aquel sufrimiento.
La región moldova ha sido testigo de un sinfín de milagros de la Madre del Señor, por medio de este santo ícono, mismos que, como he dicho antes, los padres no creyeron necesario registrar detalladamente, porque más grande eran el regocijo y la gratitud por tener un tesoro tan grande en el monasterio. Los casos que ahora conocemos son solamente aquellos que los padres se acordaron de describir, habiéndolos visto con sus propios ojos.
Lo que aquí hemos consignado es para gloria de la Madre del Señor y provecho de aquellos que aún no conocen el milagro de la aparición de este ícono, cumpliendo, de alguna forma, con nuestro deber. Creemos y damos testimonio, con todo el corazón, que la Madre del Señor, por su inmensa bondad, seguirá realizando milagros para aquellos que la honran con fe y amor, hasta el fin de los tiempos».
(Traducido de: Prodomu - Schitul românesc din Sfântul Munte Athos şi icoanele sale făcătoare de minuni, Editura Christiana, Bucureşti, 2004)