De cómo conservar la paz en la vida en comunidad
Si puedes asumir tú la culpa del otro, es bueno, muy bueno. Es difícil hacerlo, pero ¡qué paz tan grande viene a aquel que se acusa a sí mismo!
En la vida en comunidad, cuando entras, eres como un ladrillo con aristas pronunciadas; pero, con la vida de cada día, esos ángulos van siendo desbastados. Cuando alguien te ofende, si no te enfadas, es que has limado un poco esas aristas. Cuando te dejas vencer por la ira, significa que esas esquinas no han sido desgastadas, y el aislarte no ha dado el resultado esperado. Entonces, cuando esas aristas van desapareciendo, el monje se llena cada vez más de una profunda paz espiritual. Y, así, deja de perturbarse y de pensar en las cosas del mundo, porque le interesa más la vida eterna. Pero esto debe suceder poco a poco...
Los que ganan más son aquellos que practican la obediencia pensando en Dios. Por eso es que debes ser “circular” o “rotundo” con todos, porque sólo así tendrás paz con ellos. No hagas diferencias de ninguna clase.
Si se estropea algo en el monasterio, y tú dices quién es el responsable, crearás enemistad. El otro sentirá animadversion hacia ti. Si puedes asumir tú su culpa, es bueno, muy bueno. Es difícil hacerlo, pero ¡qué paz tan grande viene a aquel que se acusa a sí mismo! Llega a tener una paz inmensa. Y si no puedes asumir tú la culpa, tampoco se la endilgues a nadie más. Esto es importantísimo: querer que todos se salven.
(Traducido de: Părintele Proclu Nicău, Lupta pentru smerenie şi pocăinţă, Editura Agaton, p. 13)