Palabras de espiritualidad

De cómo debe ser el comportamiento del sacerdote para con sus hijos espirituales

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El confesor no es solamente una suerte de juez, un extraño al que buscamos para contarle algunas cosas, para confiarle algunos asuntos, esperando que emita una sentencia. 

Todo creyente, de cierta manera, conforma un vínculo de hijo o de hija con el sacerdote que le confiesa. Sin embargo, en la práctica, como sacerdote, no puedes estar pendiente de cada persona en particular. Son tantos los fieles que te buscan, que no puedes decir: “Claro que conozco a R. Es mi hijo espiritual”, o “A la hermana M. la conozco muy bien. Creo haberla confesado algunas veces”.  No es posible plantear así el problema.

Con todo, es muy importante la dedicación que debemos tener para con quienes nos buscan para confesarse. Todo se resume en tener un sentido de bondad paterna hacia cada uno de esos hijos e hijas espirituales. Esto es algo que podemos realizar por medio del don de Dios. Y Él sabe, sin duda, quién es capaz de hacerlo. Porque, por ejemplo, alguien que no tiene hijos seguramente no puede entender el sentimiento de ser padre. Una profesora me decía: “Padre, un buen maestro es solamente ese que tiene hijos. Porque, del mismo modo en que se ocupa en su educación y su formación, se ocupará también en formar a los otros niños que, de cierta manera, son como sus hijos”. Una observación muy buena, proveniente de alguien que trabaja educando.

Lo mismo es válido para el padre espiritual. Nuestra Iglesia dispuso que los sacerdotes fueran hombres casados, con esposa e hijos, para que pudieran dedicarse adecuadamente a su labor pastoral con las familias de fieles. Entonces, poseedor de ese sentimiento de padre, de papá, el sacerdote lo puede proyectar sobre otros. Y esa es su obligación, ya que es padre. Luego, el confesor no es solamente una suerte de juez, un extraño al que buscamos para contarle algunas cosas, para confiarle algunos asuntos, esperando que emita una sentencia.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Cum putem deveni mai buni – Mijloace de îmbunătăţire sufletească, Editura Agaton, pp. 336-337)