De cómo Dios nos ayuda a sanar las enfermades del cuerpo y del alma
La sanación del alma no se puede obrar solamente con remedios naturales y biológicos, simplemente apelando a la Gracia Divina presente en la creación, sino con la Gracia Divina redentora y santificadora, traída a los hombres por nuestro Señor Jesucristo, y plenamente presente en la Iglesia.
Asumiendo las limitaciones de un lenguaje escolástico, podríamos decir que, en la Iglesia, nuestro Señor Jesucristo sana las enfermedades espirituales y físicas de los hombres, en una acción conjunta con ellos, utilizando remedios naturales y sobrenaturales.
En el caso de los remedios naturales, Dios, nuestro Creador y Salvador, interviene en la misma medida en que el hombre ordena su forma de vida de acuerdo con su naturaleza psicosomática, es decir, eliminando las condiciones no-naturales que perturban su ritmo normal de vida y pueden favorecer la aparición de enfermedades. Por ejemplo, la mesura al comer concuerda con la naturaleza del hombre, en tanto que la gula es algo completamente antinatural. Los remedios naturales buscan rehabilitar las condiciones naturales de la vida orgánica y psíquica, y están vinculados a la naturaleza del hombre, por eso incluyen el ayuno, un régimen alimenticio correcto y medicinal (rico en vegetales y hortalizas, evitando consumir carne y productos fritos o preparados industrialmente, por su alto contenido de agentes químicos perniciosos y hormonas), la higiene del cuerpo (ejercicio físico, baños frecuentes y hacerse algún masaje muscular), el equilibrio (mansedumbre) del alma, trabajar según las capacidades de cada quien, descansar y dormir lo suficiente, y mantener un relacionamiento sano y constante con los demás. Todos estos aspectos forman parte también de la medicina clásica. Cualquier desviación de la vida natural es también un pecado, porque contraviene la ley divina natural, y como tal debe tratársele. Dios trabaja en la sanación de las personas, no solamente por medio de quienes tienen ese don, sino también por medio de los médicos. Porque dice el sabio: “Honra al médico en atención a sus servicios, porque también a él lo creó el Señor” (Eclesiástico 38, 1).
Con todo, muchas enfermedades del cuerpo vuelven a aparecer después de seguir un tratamiento puramente médico-biológico, porque las causas de la enfermedad (que no es solamente física, sino también espiritual) no han sido eliminadas en realidad. Por eso, no es posble sanar la enfermedad del cuerpo, simplemente apelando al médico y a los remedios naturales, como si se tratara de un procedimiento mágico-automático, sin pedir la misericordia y el auxilio de Dios. Al contrario, en primer lugar, el hombre debe ser consciente de su relación con Dios, que es la de la criatura y su Creador. Y, por otra parte, entendiendo esa relación como la de dos personas que se aman infinitamente. Luego, al enriquecer su relación con Dios, el hombre puede trabajar con Él en la sanación de su ser enfermo y, después, en su santificación. Y es que la sanación del alma no se puede obrar solamente con remedios naturales y biológicos, simplemente apelando a la Gracia Divina presente en la creación, sino con la Gracia Divina redentora y santificadora, traída a los hombres por nuestro Señor Jesucristo, y plenamente presente en la Iglesia.
(Traducido de: Ieromonah Adrian Făgeţeanu şi Ieromonah Adrian Stanciu, De ce caută omul contemporan semne, minuni şi vindecări paranormale? - un răspuns ortodox, Editura Sophia, Bucureşti, 2004; pp. 32-33)