De cómo el demonio intenta arrancar de nosotros el temor al pecado y el castigo
Sabiendo que el temor al castigo refrena nuestra alma como una brida y nos aparta del mal, el maligno lucha y hace todo lo que puede para arrancar de nosotros ese temor y para que nos encaminemos al abismo serenamente y sin temor alguno.
¡Ay de nosotros por toda nuestra imprudencia! Y es que, mientras esperamos las bondades celestiales, persistimos en nuestros malos hábitos. No nos damos cuenta de que el demonio, embelesándonos con lo que es insignificante y pasajero, consigue apartarnos de lo que es grande e importante, dándonos polvo a cambio del Cielo. Nos enseña solo sombras, para alejarnos de la verdad.
Por otra parte, también nos hace experimentar cosas maravillosas como sueños y figuraciones (porque esta es la riqueza presente), para después hacernos los más pobres del mundo, cuando llegue el día.
Sabiendo todo esto, amados hijos, luchemos por no caer en esas tentaciones. Cuidémonos de no caer en el castigo que podríamos recibir junto al demonio, para que el Juez no nos diga también a nosotros: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25, 41).
—Pero Dios ama a todos los hombres, y no nos castigará —dice del demonio.
—Entonces, ¿todo eso fue escrito sin razón alguna?
—No —insiste él—. Fue escrito para que temiéramos lo que nos podría esperar y para que seamos juiciosos e inteligentes.
—Pero si no nos mostramos juiciosos, sino que seguimos siendo malos, dime, ¿no nos castigará? ¿Y tampoco recompensará a los buenos?
—¡Claro que sí! —repite del maligno—, a los buenos los recompensará, porque esa es justamente la naturaleza de Dios, hacer solamente el bien, aunque la persona no lo merezca.
¿Es decir que lo que está escrito sobre la recompensa es verdad y sucederá tal cual, pero lo que se dijo sobre el castigo no?
¡Ay de la maldad sin límites del demonio! ¡Ay, amor de lo humano por lo humano!
Ese razonamiento le pertenece exclusivamente al maligno, que nos da toda clase de placeres para arrojarnos a la desidia. Sabiendo que el temor al castigo refrena nuestra alma como una brida y nos aparta del mal, lucha y hace todo lo que puede para arrancar de nosotros ese temor y para que nos encaminemos al abismo serenamente y sin temor alguno.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Diavolul și magia, culegere de texte patristice și traducerea lor în neogreacă de Ieromonahul Benedict Aghioritul, traducere din neogreacă Zenaida Anamaria Luca, Editura Agaton, Făgăraș, 2012, pp. 39-40)