Hace aproximadamente un año, en un viaje que hice en tren, tuve la oportunidad de conversar largo y tendido con un joven estadounidense. Nos encontramos, aparentemente, por casualidad (¡está claro que en la vida no existen las casualidades!) y me contó que estaba estudiando el idioma ruso. Me confió, además, que le interesaba aprender todo lo posible en temas de religión; de hecho, había pertenecido a distintas denominaciones cristianas, pero, al no encontrar en estas más que hipocresía y falsedad, muchas veces se había sentido tentado a renunciar por completo a su búsqueda.

Fue entonces cuando escuchó que el pueblo ruso enfrentaba grandes sufrimientos por causa de su fe. Por tal razón, pensó que tal vez ahí donde hay sufrimiento, hay también algo auténtico y no la falsedad que reina en los Estados Unidos. Así pues, con el propósito de establecerse en Rusia, decidió empezar a estudiar el idioma de aquel país, anhelando encontrar en esa lejana nación creyentes verdaderos. Yo, como sacerdote ortodoxo ruso, me quedé profundamente impresionado al escuchar su testimonio, sobre todo porque aquel joven nunca había visto un sacerdote ortodoxo y mucho menos había participado en algún oficio litúrgico ortodoxo.

Nuestra conversación sobre religión se extendió mucho, y pude comprobar que su punto de vista no era para nada incorrecto: el sufrimiento puede engendrar algo sincero, en tanto que nuestra vida de bienestar puede generar cualquier clase de falsedades.

(Traducido de: Serafim Rose, Descoperirea lui Dumnezeu în inima omului, Editura Sophia, București, p. 35)