De cómo los justos de Dios reciben inefables dones de parte Suya
Los santos anacoretas, en vida y también después de morir, se muestran o se esconden, según su voluntad, con el poder de Dios.
Hay un lugar, llamado Gouddas, que tiene un huerto, situado a unas 15 millas de la Santa Zarza (el lugar está situado a 22 kilómetros, es decir, a 14 millas del Monasterio del Monte Sinaí). En dicho lugar vivía conmigo Cosme, el armenio. Un día, cada uno de nosotros salió por su parte a contemplar a Dios en la soledad del desierto. Cuando había caminado unas 2 millas, me hallé frente a la entrada de una gruta y adentro vi que había tres hombres tendidos, envueltos en unos lienzos, pero no pude ver si estaban vivos o muertos.
Así, se me ocurrió que lo mejor era volver a la celda y traer el incensario para poder entrar a la gruta donde yacían aquellos padres. Entonces, puse unas piedras en la entrada, para señalar el lugar, y después corrí a la celda. Ahí me encontré con Cosme y, después de contarle lo sucedido, partimos juntos a buscar la gruta. Pero, a pesar de que buscamos minuciosamente las señales que yo había dejado, no encontramos nada. Y es que los santos anacoretas, en vida y también después de morir, se muestran o se esconden, según su voluntad, con el poder de Dios.
(Traducido de: Sfântul Anastasie Sinaitul, Povestiri duhovniceşti, traducere din limba greacă veche de Laura Enache, Editura Doxologia, 2016, p. 76)