De cómo mi semejante me ayuda a crecer espiritualmente
Por una parte, el don del otro me insta a esforzarme en obtenerlo, y, por otra, su defecto me lleva a pensar si también yo lo tengo, y en qué medida, para hacer todo lo posible por apartarlo.
Cuando nos vemos frente a las virtudes de los demás e intentamos obtenerlas, nos edificamos espiritualmente. Del mismo modo, cuando vemos sus defectos, también nos es de provecho, porque sus defectos nos ayudan a ver los nuestros. Por una parte, el don del otro me insta a esforzarme en obtenerlo, y, por otra, su defecto me lleva a pensar si también yo lo tengo, y en qué medida, para hacer todo lo posible por apartarlo.
Por ejemplo, veo que alguien es muy trabajador. Me alegro y trato de seguir su ejemplo. O veo a otro, que lleva una vida ignominiosa y, sin juzgarlo, me examino a mí mismo para saber si es posible que también yo viva de forma semejante. Y, si así fuera, trataré enmendarme. Pero si lo único que veo son mis virtudes y los defectos de los demás, soslayando los míos o justificándolos, con estas palabras: “Soy más bueno que este y que aquel”, estoy en un profundo error.
Nuestro espejo son los demás. En ellos nos reflejamos y nos vemos a nosotros mismos, Ellos ven nuestras inmundicias, y nosotros las eliminamos siguiendo su ejemplo.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, Vol. V Patimi și virtuți, Editura Evanghelismos, București, 2007, p. 156)