De cómo un hombre se libró del peso de sus pecados sin confesar, con la ayuda de San Gerásimo de Cefalonia
Todo esto nos lo contó el mismo Teodoro, quien desde ese día cambió por completo su forma de vida, para dedicarse a cumplir los mandamientos de Dios con una profunda contrición.
A mediados del siglo pasado, en la ciudad de Xiomero vivía un hombre llamado Teodoro. Cuando sucedió lo que estamos por relatar, Teodoro tenía unos 52 años, y jamás se había confesado. Con todo, asistía a la iglesia y era una buena persona. Una vez, cuando, por cuestiones de trabajo, se encontraba en un lugar llamado Astako, decidió entrar a una iglesia cuyo patrono era San Nicolás. Allí, después de conversar un poco con el párroco, se confesó. Sin embargo, no fue una confesión completa, sino algo más bien formal. Para ayudarlo en su proceso de contrición, el sacerdote lo envió al Monasterio de San Gerásimo en la isla de Cefalonia, cuya fiesta patronal es el 16 de agosto.
Así, Teodoro partió, junto con otros peregrinos, al Monasterio de San Gerásimo. Al mediodía de cada 15 de agosto, el cofre con las reliquias de San Gerásimo es trasladado a la iglesia principal para la celebración de los oficios litúrgicos correpondientes. En su recorrido hacia la iglesia, el cofre con las reliquias pasa sobre los enfermos ahí reunidos —muchos de los cuales sufren por causa de algún demonio que los atormenta—, y es acompañado por el jerarca del lugar, junto con una gran asamblea de sacerdotes de la zona. Así las cosas, ese día Teodoro se hallaba en dicho lugar, observando, como Zaqueo, el desarrollo de la fiesta patronal de San Gerásimo.
En un momento dado, un hombre poseído por el demonio empezó a gritar:
—¡Teodoro, Teodoro! ¿Qué buscas aquí? ¡Teodoro vino a ver a Kapsali! (así llamaba ese espíritu impuro a San Gerásimo).
Después, otro hombre que sufría del mismo problema, empezó a dar gritos:
—¿Has visto, Tomás? ¡Teodoro vino a ver a Kapsali! Hay que darle algo para que se sirva …
Y empezaron a enumerar, en voz alta, los pecados que Teodoro no había confesado, muchos de los cuales eran muy graves. No está de más decir que al pobre Teodoro se le caía la cara de la vergüenza.
Sin poder resistir más, y lleno de determinación, corrió a donde estaba el cofre con las reliquias y le dijo al recordado obispo Hieroteo:
—¡Siento que me vuelvo loco, padre! ¡Necesito confesarme en este mismo instante!
Entonces, el jerarca detuvo la procesión, le pidió a Teodoro que se tranquilizara y llamó a un sacerdote para que lo confesara en la capilla del monasterio, mientras la ceremonia continuaba su curso. Al terminar de confesarse, aquellos hombres atormentados por el demonio ya no le dijeron nada a Teodoro, porque esos pecados habían sido borrados.
Todo esto nos lo contó el mismo Teodoro, quien desde ese día cambió por completo su forma de vida, para dedicarse a cumplir los mandamientos de Dios con una profunda contrición.
El 23 de abril de 2000, habiendo alcanzado la venerable edad de 95 años, el anciano Teodoro descansó serenamente en el Señor.
¡Que su memoria sea eterna! Amén.
Fuente: marturieathonita.ro/rusinarea-celui-nespovedit