Palabras de espiritualidad

De cómo un santo entregó su alma al Señor

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

“Los ángeles han venido a llevarme con ellos, pero yo oro para que pueda quedarme hasta que logre arrepentirme un poco más de todas mis faltas”. Los monjes dijeron: “¡Usted no necesita arrepentirse más, padre!”. Pero el anciano concluyó: “En verdad, no sé si tan siquiera he empezado a arrepentirme”.

Se dice de San Sísoes que, cuando estaba por entregar su espíritu, los monjes que estaban en su celda vieron con admiración cómo su rostro resplandecía como el sol, antes de decirles: “¡Ha venido el abbá Antonio!”. Después de unos instantes, dijo otra vez: “¡Viene también el coro de los Profetas!”. Unos minutos más tarde, con el rostro aún más refulgente, exclamó: “¡También están aquí los Apóstoles!”. Y su luminoso rostro denotaba que estaba hablando con alguien más.

Los demás monjes le preguntaron: “¿Con quién habla, padre?”. Y él les respondió: “Los ángeles han venido a llevarme con ellos, pero yo oro para que pueda quedarme hasta que logre arrepentirme un poco más de todas mis faltas”. Los monjes dijeron: “¡Usted no necesita arrepentirse más, padre!”. Pero el anciano concluyó: “En verdad, no sé si tan siquiera he empezado a arrepentirme”. Y todos supieron que estaba por morir.

Su rostro se volvió a iluminar, y muchos de los presentes se asustaron. Y el padre les dijo: “Ha venido el Señor a decir: ¡Traedme la vasija del desierto!”. En ese instante, entregó su alma a Dios. Un resplandor inundó la celda y toda la estancia se llenó de un dulce aroma.

(Traducido de: Patericul Sinaitic, Editura Deisis, Sibiu, 1995, p. 196)