Palabras de espiritualidad

De cómo un santo se valió de un simple ladrillo para explicar el misterio de la Trinidad

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

Mientras discutíamos, me era fácil lanzar palabras contra palabras. Pero, cuando en vez de palabras, de la boca de este anciano brotó el poder y la capacidad de obrar de milagros, inútiles resultaron las palabras contra ese poder“.

La fiesta de la Santísima Trinidad tiene lugar el lunes siguiente al Domingo del Pentecostés. Ese día, la Iglesia Ortodoxa celebra al Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, como indica el Pentekostarion en el Sinaxario de los Maitines del Lunes del Pentecostés:

“Este día celebramos al Santísimo, vivificador y todopoderoso Espíritu, Quien es uno del Dios Trino [...]”.

El dogma de la Santísima Trinidad fue discutido en el Primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325, para combatir la herejía de Arrio de Alejandría. Este negaba la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y lo consideraba solamente la más excelsa criatura de Dios, y, en consecuencia, distinto al Padre, como ser.

Los jerarcas reunidos en el Concilio de Nicea clarificaron la doctrina de la Iglesia, es decir, que el Hijo es consustancial con el Padre; luego, es Dios. En la explicación de esta problemática, un rol muy importante lo tuvo San Espiridón, obispo de Tremitunte, quien, sin utilizar rebuscadas fórmulas académicas u otras palabras sofisticadas, les demostró a todos los presentes que Dios es uno en esencia y trino en personas. ¿Cómo lo consiguió? Primero, tomó un ladrillo con su mano izquierda y, levantándolo, les dijo a los presentes que aunque se trataba de un simple objeto, estaba conformado por tres elementos: tierra, agua y fuego. Después, con la diestra hizo la Señal de la Cruz, diciendo: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Al terminar de decir esto, apretó fuertemente el ladrillo, y en la parte superior de este se encendió una llamarada, en tanto que de la parte de abajo brotaba un poco de agua. Finalmente, en la mano de San Espiridón quedó únicamente un poco de arcilla.

Ante semejante milagro, el filósofo Eulogio, adepto de Arrio, decidió hacerse ortodoxo y como tal fue bautizado. Posteriormente, habría de escribir:

“Mientras discutíamos, me era fácil lanzar palabras contra palabras. Pero, cuando en vez de palabras, de la boca de este anciano brotó el poder y la capacidad de obrar de milagros, inútiles resultaron las palabras contra ese poder“.

Por eso, desde una perspectiva iconográfica, Dionisio de Fourna —importante iconógrafo ortodoxo griego del siglo XVIII, conocido por ser el autor de la “Hermeneia de la pintura bizantina”— dice que, en la escena del I Concilio Ecuménico, San Espiridón debe ser representado al centro de los trescientos diecisiete padres reunidos en aquel sínodo.

Frente a San Espiridón debe aparecer el filósofo, asustado por el milagro que está presenciando. El santo sostiene en su mano un ladrillo que, luego de ser bendecido, se descompone en fuego (una llama), agua (que mana entre sus dedos) y la arcilla que quedó después. Por el milagro que realizó en aquella asamblea ecuménica, San Espiridón es considerado también el patrón de los alfareros.