De cómo vivió y cómo partió al Señor un anciano monje que era un ejemplo de virtud
En el monasterio había unos diez monjes como él. Al verlos, yo no podía evitar sentir una profunda admiración y derramar alguna lágrima, viendo el altísimo nivel de vida espiritual que habían alcanzado. Eran hombres sin maldad, como niños inocentes, como ángeles.
Al Monasterio de San Panteleimón vino un stárets extraordinario, el padre Macario, griego de origen. Desde muy joven entró al Santo Monte Athos, en donde vivió durante sesenta años.
Veinte de esos años los vivió en soledad, bajo la guía de un stárets. Al morir este último, el padre Macario vendió su celda y pasó a formar parte de la comunidad de San Panteleimón durante los siguientes cuarenta años. Aunque ya tenía una edad avanzada, su forma de vida era ejemplar para todos los miembros de la comunidad: era el primero en salir a realizar sus tareas de obediencia y era el más austero de todos. A menudo, el higúmeno le decía:
—Padre Macario, usted no tendría que ir a trabajar en labores de obediencia monacal. Usted tendría que permanecer en su celda. ¡Ya ha trabajado suficiente en esta vida! ¡Deje que los jóvenes sean los que trabajen!
Pero el padre Macario se arrojaba a los pies del higúmeno, llorando profusamente, para decirle:
—Venerable padre, ¡no me prive de la retribución por mi obediencia! ¡No me aparte de esta amada hermandad! Mientras mis manos y mis piernas puedan moverse, mientras tenga fuerzas, seguiré trabajando para el monasterio, para poder ver a mis amados hermanos monjes.
—¡Está bien, padre Macario! ¡Siga usted trabajando! ¡Todo esto se lo dije porque me preocupa que se esfuerce tanto a su edad!
En el monasterio había unos diez monjes como él. Al verlos, yo no podía evitar sentir una profunda admiración y derramar alguna lágrima, viendo el altísimo nivel de vida espiritual que habían alcanzado. Eran hombres sin maldad, como niños inocentes, como ángeles. Pero, sin duda, el padre Macario superaba a todos en virtud. A veces, el higúmeno lo ponía a prueba:
—¡Padre, Macario! Pero ¿cómo alguien como usted pudo caer en semejante pecado? —y el padre, acongojado, se postraba hasta el suelo, llorando desconsoladamente.
También, a la hora de comer con los demás miembros de la comunidad, él solo se sentaba, sin probar bocado. Cuando todos terminaban de comer y empezaban a salir, el padre Macario se apostaba a la entrada del comedor y, con los ojos llenos de lágrimas, le pedía perdón a cada monje. El higúmeno le había dado este canon, para guardarlo en la humildad, para que no pudiera jactarse de su virtud, y para que la humildad fuera su guía permanente, al considerarse el más pecador de todos.
El padre Macario descansó en el Señor en 1845, sin sufrir ninguna enfermedad.
Después de haber comulgado, se le acercó al higúmeno y, con toda sencillez, le dijo:
—Perdóneme, padre, y bendígame… Voy a morir.
—¡Que Dios lo perdone y lo bendiga a usted, padre! ¡Solo que yo no creo que usted vaya a morir, porque los que son perfectamente obedientes en todo no mueren, sino que parten a la eternidad!
Después de esto, el padre Macario se dirigió a la enfermería, en donde pidió un lecho. El médico le dijo:
—¿Para qué necesita un lecho, padre Macario?
—Voy a morir, doctor.
Dicho esto, se fue despidiendo de cada uno los que estaban presentes en el lugar y después, tendiéndose, entregó su alma en manos del Señor.
(Traducido de: Antonie Ieromonahul, File de Pateric din Împărăția monahilor – Sfântul Munte Athos. Cuvioși Părinți athoniţi ai veacului al XIX-lea, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Christiana şi Sfânta Mănăstire Nera, Bucureşti, 2000, pp. 88-89)