Palabras de espiritualidad

De cuando los hombres y los animales empezaron a alimentarse con carne

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

No olvidemos que comer de todo no es sino un deleite engendrado por nuestra propia necedad.

Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento” (Génesis 1, 29)

¡Que la Iglesia no soslaye nada de esto! Todo está preceptuado. No dijo: “Os dejo los peces del mar para que os alimentéis, os dejo los animales, los reptiles, las aves, las fieras de cuatro patas”. Porque no para esto fueron creados. Esta primera ley estableció que nos gozáramos de los frutos. Porque aún nos consideramos dignos del Paraíso y de vivir en él. Es como un misterio que se mantiene latente, porque no sólo a nosotros, sino también a todos los animales se les dispuso el mismo alimento de los frutos de la tierra y las semillas. Porque dice: “Todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser viviente, yo doy para comida todo herbaje verde” (Génesis 1, 30).

Alguien podría decir: ahora entendemos por qué la mayoría de fieras no se alimentan de frutos. Porque, ¿con qué fruto satisface su hambre el leopardo? ¿Qué vegetal podría alimentar al león? Al contrario, se sabe que estos, siendo sometidos a las leyes naturales, al principio se alimentaban con frutos, pero, debido a que el hombre se desvió de su modo de vida y se salió de los límites que se le dieron, viendo Dios que los hombres eran despiadados, les permitió gozarse de todo: “Todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde” (Génesis 9, 3) Con estas palabras, también los animales adquirieron la libertad para alimentarse con carne.

Luego, así fue como el león se hizo carnívoro y el buitre espera encontrar carroña. Porque, en verdad, tampoco los buitres escrutaban el horizonte cuando nacían los otros animales, buscando alimento, ya que aún no moría nada de lo creado por Dios. Tampoco la naturaleza se había disgregado, porque aún estaba en flor. Ni los cazadores cazaban, porque aún no existía esa ocupación entre los hombres. Ni las fieras devoraban, porque aún no comían carne. Mas el hábito del buitre viene de la carroña. Debido a que no había cuerpos muertos, aún no existía el olor a podredumbre, y los buitres comían otra cosa. Todos comían lo mismo que los cisnes, todos comían la hierba de los campos. Y, tal como vemos que aún hoy los perros comen hierba como medicamento, no porque sea su alimento normal, sino debido a que los animales acuden a lo que les es de provecho por las enseñanzas naturales (Dios les legó en el instinto la forma de alimentarse y sobrevivir. Por eso es que pueden distinguir, con su olfato, lo que les es de beneficio y lo que les es perjudicial), entendemos que esto ocurrió con los carnívoros. Les parecía que la hierba era su alimento y no se atacaban los unos a los otros.

Así era la creación al principio, tal como será después. Y el hombre regresará a su sitio anterior, dejando atrás la maldad, esta vida llena de preocupaciones y la esclavitud del alma a las cosas del mundo (en esto se esconde la maldad y la usurpación; otra cosa es el Paraíso, la serenidad y la paz del alma). Dejando todo esto a un lado, volverá a la vida del Paraíso, libre de las pasiones del cuerpo, libre y en camaradería con Dios, al lado de los ángeles.

Así pues, todo esto lo he dicho, no para renunciar al provecho de los alimentos que Dios nos dejó, sino para bendecir el tiempo pasado. Porque así era la vida, de manera que no era necesario nada. Porque todo era de una forma tal que los hombres necesitaban pocas cosas para poder vivir. Porque la diversidad en nuestra forma de vida se convirtió en razón de pecado. Porque, debido a que caímos del gozo verdadero del Paraíso, nos inventamos otros goces ilegítimos (y la búsqueda de estos placeres se hace con pecado, voracidad e insistencia). Y, ya que no podemos ver el árbol de la vida, ni gozarnos con su belleza, se nos concedieron como deleites la carne, el pan, los bizcochos y todo lo que es de la misma clase, que consuela nuestra caída de allí. (Creo que por eso es que la Iglesia permite que comamos ciertos alimentos en las fiestas importantes. Para nosotros es como un deleite. Pero no olvidemos que comer de todo no es sino un deleite engendrado por nuestra propia necedad).

(Traducido de: Sfântul Vasile cel Mare, Omilii la facerea omului. Omilie despre Rai, traducere din limba greacă de Ieromonah Lavrentie Carp, Editura Doxologia, Iași, 2010, pp. 64-67)