Palabras de espiritualidad

De la diferencia entre los complejos, la humildad y la melancolía

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

La conciencia religiosa de la culpabilidad, al lado de Cristo, desaparece por medio de la contrición y la confesión, en tanto que la soberbia de los que viven lejos de Él no desaparece jamás.

El cristiano debe cuidarse de caer en el fervor exagerado, es decir, en el sentimiento de superioridad por sus virtudes, o en el de inferioridad debido a sus pecados. Una cosa es el complejo de inferioridad, y otra completamente distinta la humildad. Una cosa es el arrepentimiento, y otra diferente la melancolía. En cierta ocasión, un psiquiatra vino a visitarme y empezó a condenar el cristianismo, porque, según él, crea complejos de culpabilidad y melancolía. Le respondí: “Es cierto que algunos cristianos, debido a sus propias faltas o a las de los demás, caen en la trampa del complejo de culpabilidad, pero también tienes que aceptar que la mayoría de personas en el mundo caen frecuentemente en una enfermedad aún más grave: el orgullo. La conciencia religiosa de la culpabilidad, al lado de Cristo, desaparece, finalmente, por medio de la contrición y la confesión, en tanto que la soberbia de los que viven lejos de Él no desaparece jamás”.

Con estas explicaciones, muchas de mis dudas acerca de los problemas psicológicos de la vida cristiana quedaron desvanecidas. Entendí que el Anciano quería que nos cuidáramos de esa soberbia disfrazada, sea con la auto-justicación del fariseísmo cristiano, o con la auto-acusación específica de una conciencia cristiana culpable. Veía que, tanto la osadía de los que se creen puros como el temor de aquellos que se sienten culpables, son, de hecho, dos caras de la misma moneda, el orgullo, porque el verdadero creyente se libra de la culpa por medio de la Confesión y el perdón de los pecados, y se alegra de esta liberación que Cristo le ha concedido; conociendo que es un don de Dios. Así, será agradecido, de ninguna manera orgulloso, porque se ha purificado por medio de la Sangre de Cristo, y no por sus propios medios. De este modo, se regocija, le agradece a Dios y no se envanece. Aún más, ve a los demás como si fueran más buenos que él y más capaces de hacerse buenos por medio de la Sangre de Cristo.

El padre Porfirio nos conducía al camino que, evitando tanto el mal (el pecado) y el “mal más grande” (el orgullo por la virtud), llevaba a la humildad. Por eso, se esforzaba en defender la humildad auténtica, del peligro de la modificación de su significado. A veces me decía: “Seamos humildes, pero no hablemos de la humildad, porque esta es una trampa del maligno que nos trae desesperanza y desidia, en tanto que la verdadera humildad trae esperanza y el cumplimiento de los mandamientos de Cristo”.

(Traducido de: Părintele Porfirie, Antologie de sfaturi și îndrumări, traducere din limba greacă de Prof. Drd. Sorina Munteanu, Editura Bunavestire, Bacău, pp. 61-62)