Palabras de espiritualidad

De la forma de provocar que la Gracia Divina venga a nosotros

    • Foto: Catalin Acasandrei

      Foto: Catalin Acasandrei

Librándose de la esclavitud del olvido y la insensatez, el hombre empieza a sentir la felicidad del estado futuro. “Me he acordado de Dios y me he alegrado”. Si la sola mención del nombre de Dios nos llena de alegría, ¿cuánto más no habrá de alegrarnos el poderlo ver?

Con nuestra labor monacal, sea práctica o contemplativa, buscamos la forma de alcanzar el propósito que nos hemos planteado. ¿Cuál? Renunciar al hombre “viejo”, que está formado por pasiones y apetitos, y, por miedo de la Gracia, vestirnos con el hombre “nuevo”, el cual ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y provocar que la Gracia Divina venga a nosotros. “No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8, 23). Este es nuestro objetivo. Para guiarnos hacia esa meta, los Santos Padres nos han legado distintas disposiciones, programas y normas.  Con todo, es necesario estar muy atentos, no sea que pongamos esas disposiciones sobre la base incorrecta, y terminen convirtiéndose en nuestro objetivo principal, y así perdamos al que debía ser nuestro verdadero propósito. Por eso, es necesario estar atentos y tener el conocimiento necesario para que eso no suceda.

Hay dos misterios en nuestra vida, los cuales utilizaremos según sea nuestro conocimiento de ellos y según seamos capaces de experimentarlos en nuestra vida cotidiana: la labor práctica y la contemplación. La primera consiste en todas nuestras actividades físicas, las cuales tienen como propósito disipar cualquier rasgo de la vida pervertida, contraria a la naturaleza del hombre. Todo el tiempo, nuestra mente se mantiene dirigida a las cosas malas de nuestra juventud, como si fuera otra ley que viene a someternos bajo su peso. Todo esto arrastra al hombre afuera de las leyes morales y lo lleva al estado que perfectamente describe David: “se han unido a las bestias salvajes y se han vuelto semejantes a ellas”. Si el hombre tiene éxito en su labor práctica, podrá poner en acción la segunda, que es la contemplación. en la cual, la mente, libre de la influencia que ejerce sobre ella la esclavitud de los sentidos, vuelve la vista hacia Dios. Así, librándose de la esclavitud del olvido y la insensatez, empieza a sentir la felicidad del estado futuro. “Me he acordado de Dios y me he alegrado”. Si la sola mención del nombre de Dios nos llena de alegría, ¿cuánto más no habrá de alegrarnos el poderlo ver? Sin embargo, para que esto ocurra, como dije antes, debe ser precedido, de una forma correcta y respetando los cánones de la Iglesia, por el esfuerzo del cuerpo, lo cual, en el lenguaje de nuestros Padres, se llama “labor práctica”.

Para explicarlo de una forma más analítica, podemos decir que la labor práctica se adquiere por medio de la obediencia, el esfuerzo físico y el servicio a los demás. Todo eso constituye su columna vertebral, la cual, en el lenguaje de nuestros Padres, se conoce como amor al esfuerzo. Junto con este, el creyente devoto sabe guardar la templanza, velar y orar. Todo esto, junto, sin ser un propósito en sí mismo, lleva al resultado deseado, mata los impulsos salvajes y los movimientos contrarios a lo natural, que, como he explicado antes, constituyen la definición de un estado animal apetente. Exactamente como en la naturaleza de los animales no existe la razón, sino solamente el instinto. El animal siente el instinto del hambre o de reproducirse, y tiene el impulso de satisfacerlo. La mayoría de las veces, en el impulso de satisfacer tales instintos radica toda su vida. Pero no piensa en ello, porque no tiene razón. Lo único que tiene es la agitación de tales impulsos. Ese estado se puede llamar “animal” o contrario a la naturaleza del hombre, porque el animal no puede razonar y no puede elegir quedarse donde debe, sino que va ahí a donde lo empuja cada pasión, cada apetito.

(Traducido de: Gheron Iosif VatopedinulMesaje athonite, traducere de Laura Enache, în curs de editare la Editura Doxologia)