De la oración y las virtudes del cristiano. Palabras de los padres aghioritas
Ya podemos orar sin cesar, pero si nuestra vida no es buena, no lograremos nada. La oración es luz. ¿Cómo, entonces, podemos orar, y al mismo tiempo obrar las cosas de la oscuridad?
El hombre se parece a la tierra. Lo limpias, lo horadas, dices “¡Gloria a Ti, oh Dios!”, y después de un tiempo se llena de malezas… Eso mismo pasa con el hombre. Solo tentaciones, una tras otra, hasta morir. Por eso es que necesita “la coerción incesante del ser y la constante vigilancia de los sentidos”, como dice San Juan Climaco.
Dijo un anciano: «Nuestra Purísima Madre dijo: “En tanto mi ícono tenga un sitio en el monasterio, que ningún monje intente volver al mundo, creyendo encontrar algo mejor, porque sufrirá un martirio estéril”».
Dijo otro anciano: «Sin un mentor en la oración, siempre caeremos en el engaño. Los padres népticos nunca hicieron nada por sí mismos. Todos tuvieron un preceptor».
Ya podemos orar sin cesar, pero si nuestra vida no es buena, no lograremos nada. La oración es luz. ¿Cómo, entonces, podemos orar, y al mismo tiempo obrar las cosas de la oscuridad?
Dijo un anciano: «Para ser un predicador experimentado, sigue el ejemplo del ruiseñor, que canta durante un mes y calla los otros once».
Dijo un anciano: «El monje no solo debe ser noble, sino también un artista. Tiene que esmerarse en todo lo que emprenda, y no trabajar solamente para cumplir un deber. El trabajo manual que hacemos a la fuerza no es útil para quien lo adquiere».
Un monje al que invitaron a ir al mundo a predicar, rechazó de plano la idea, diciendo: «Actualmente los oídos del mundo están cerrados. Ya nadie escucha».
Gran cosa es dar paz a tu stárets, porque su oración no te dejará caer.
Cantar los salmos es bueno, aunque también peligroso, porque tales cánticos pueden llevarnos a interpretar erradamente lo que en verdad es primordial. El Señor dijo: «Dame tu corazón, no tu salmodia». Salmodiar es útil, ciertamente, porque aparta la tristeza cuando enfrentamos alguna tentación.
El hombre que practica la oración con la mente no es curioso. Él sigue a lo suyo, concentrado en sus trabajos manuales, sin desviar su mirada de lo que hace. Los ojos del que practica la oración mental están vueltos a su interior, al corazón.
Si ves a un hombre ensimismado y con buenos pensamientos, es que practica la oración con la mente.
¿Cuál es el provecho de orar solo por orar? Hasta un simple loro, o incluso un magnetófono pueden repetir oraciones sin parar. Luego, orar así no nos ayuda en nada. Pero, cuando el hombre libremente decide apartar los malos pensamientos, conservando únicamente los que son virtuosos, esta es ya su oración con la mente. Y este es el primer paso para alcanzar la oración del corazón.
Una noche, me levanté para hacer mi regla de oración en la soledad de mi celda. Y lloré, pero no de arrepentimiento, sino porque no podía mantenerme en pie para orar. Y, mientras lloraba, sentí que la Gracia descendía sobre mí. Aunque me hallaba en un estado de completa impotencia, sentí ese calor en mi interior. Era la Gracia. Y después todo cambió.
Está bien que el monje se ocupe con la música, pero que su trabajo principal sea la oración. Transformemos la música en oración.
Para darnos el don de la oración, el Señor busca en nosotros un corazón puro y humilde. Cultivemos la oración. Si avanzamos en la oración, veremos cómo después viene la Gracia de Dios. Y empezaremos a sentir amor por todo el mundo y a orar por todos, aun sin quererlo. Si viene la oración, después viene también el amor. Si avanzamos más, sentiremos tanta Gracia en nuestro corazón, que nuestras piernas vacilarán, incapaces de sostenernos. Y no podremos seguir de pie, pero tampoco podremos mantenernos sentados. Y veremos que lo mejor es tendernos un poco, para después seguir orando.
Dijo un anciano: «Quien haya obtenido la oración, se habrá hecho con un tesoro invaluable. El monje debe esmerase en obtener la Gracia. Y, al recibirla, tiene que procurar no perderla. Cuando obtenemos la Gracia, aunque trabajemos denodadamente, tendremos el fuego de la devoción con nosotros y todo se hará más sencillo, con la Gracia de Dios. La virtud alcanza la Gracia y la Gracia guarda la virtud».
Las lágrimas son la cúspide de la oración, pero si no tenemos lágrimas, al menos oremos con contrición.
Un dionisíaco juzgó a un anciano obispo que era muy robusto, pensando: «¿Qué don de Dios puede haber en este padre?». Pero, un poco más tarde, cuando el obispo ofició la Divina Liturgia, el otro se quedó asombrado al verlo lleno de luz. Solo entonces entendió su error.
Un padre dijo: «Todo cansa… Solamente la oración no cansa jamás».
La atención y el saber cultivar buenos pensamientos son cosas que valen más que miles de postraciones.
(Traducido de: Din tradiția ascetică și isihastă a Sfântului Munte, Aghion Oros, 2011)