De la piedad nace la oración y de la oración, la piedad
Que cada persona que Dios ha puesto en tu camino sienta tu afecto, que quieres su bien y que deseas ayudarle. Que todos sientan tu amor.
El amor no pide grandes realizaciones ni planes colosales. Es suficiente con una buena palabra, una mirada, una oración...
El amor busca siempre al prójimo, presto para ayudarle en cuanto sea necesario. “Sé bueno y dócil con todos”, nos dice el Padre Sergio, “porque todos te necesitan, todos padecen de algo”. No hay nadie completamente sano en el alma. Aunque nos parezca que los demás están bien, si te pones a pensar en lo que le fue dispuesto al hombre llegar a ser, y lo en lo que se ha convertido, no te quedará sino llorar de tristeza por todos, por ti mismo. Además, están los problemas de esta vida. Es suficiente con que abras el diario de hoy, para que compruebes los sufrimientos y las actuales aflicciones de la humanidad. ¿Es que no necesitan de tu piedad y generosidad todos esos que sufren?
Que cada persona que Dios ha puesto en tu camino sienta tu afecto, que quieres su bien y que deseas ayudarle. Que todos sientan tu amor.
¡Y cómo no amar a todos, si todos somos importantes para Dios! Si cada uno, como dice Dostoyevski, tan pequeño e insignificante como pudiera parecer, tiene un porvenir tan emocionante como grande, que lo hace digno de ser considerado y querido. Porque fue por todos y cada uno que Cristo se encarnó y se sacrificó. El Padre Sergio dice también que usualmente no apreciamos a los demás de la forma debida, y que por eso debemos honrar más a esos que nos parecen aborrecibles (I Corintios 12, 23).
Que cada persona te importe.
Ayúdalos a todos.
Deséales la salvación.
Ayúdalos con delicadeza.
No intentes sermonear a nadie, porque tus prédicas no son útiles ni para los demás ni para ti. No ofrezcas el consejo que nadie te ha pedido. Si haces un bien, que sea con humildad. Toma como ejemplo la humildad con la que San Serafín de Sarov recibía a quienes venían a verle, sin hacer distinción alguna. (…)
Antes de hablar con los demás acerca de Dios, pídele al Espíritu Santo que te ilumine, para que sepas qué decir. Y, orando siempre por los que te rodean, busca —y encuentra— la palabra adecuada.
Porque la oración alimenta el amor entre las personas, lo mantiene vivo y lo hace crecer, tornándolo visible.
La oración te abre los ojos, para que puedas ver al que está a tu lado y conocer su necesidad.
De la piedad nace la oración y de la oración, la piedad.
Un doble provecho tiene la oración por tu prójimo: a ti te bendice para que avances en el amor, mientras que al otro le envía el consuelo de lo que has pedido para él. Y no hay don más grande que el de la oración. Ofréceselo antes al que sabes necesitado y en aflicción. Y recuerda que no hay nadie que no necesite de tu oración y de tu amor.
La misma oración te mostrará las necesidades de cada quien. Ella te susurrará, también, si es bueno que hables y lo que debes decir, o si es mejor que guardes silencio y te apartes.
(Traducido de: Jean-Claude Larchet, Ține candela inimii aprinsă. Învățătura Părintelui Serghie, Editura Sophia, pp. 97-99)