Palabras de espiritualidad

De la preparación que necesita el sacerdote confesor

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El sacerdote que se confiesa (antes de confesar a otros) sabe entender los estados por los cuales atraviesa el penitente antes y durante la Confesión, porque él mismo los ha vivido.

San Juan Crisóstomo nos da la certeza de que Dios les ha concedido a los sacerdotes un poder más grande que a los ángeles y que han sido elevados a un excelso servicio divino. De esta forma, los servidores de la Iglesia, por medio de una buena preparación teológica, una rica cultura general, una permanente predisposición al servicio y a la enaltecedora formación espiritual, se pueden alzar a la dignidad de este llamado.

En el caso de la Confesión, el sacerdote trabaja en las almas que le han sido confiadas para su salvación, aunque esto no es algo sencillo, porque necesita tener la suficiente preparación para la realización tanto del Sacramento de la Confesión como de la Eucaristía en sí. En referencia a esto, podemos hablar de una preparación mediata y otra más próxima a la realización de la Confesión.

En lo que respecta a la preparación “mediata”, es necesario tener en cuenta, en primer lugar, el hecho de que lo que se realiza en la Confesión contiene una profunda marca de la presencia de la Gracia, cosa que requiere de un esfuerzo espiritual constante y una rigurosa apertura a la Gracia por parte del padre espiritual. Sin esta Gracia, los frutos de su trabajo en el asiento de la Confesión tardarán en aparecer. A la Gracia se agrega la experiencia y el conocimiento. El sacerdote debe ser un buen pedagogo, con la capacidad de entender y conocer a las personas que vienen a buscarle. Todo esto viene a realizarse cuando se multiplica una serie de cualidades necesarias para ser un confesor, mismas que pueden ser innatas o adquiridas por experiencia y cultivadas con el tiempo, como una vida santa, una moralidad ejemplar, o el mismo acervo científico y cultural.

Otra perspectiva de la preparación “mediata” del confesor, es la de la necesidad de conocer los medios de trabajo psicoanalítico y psicoterapéutico, y sus efectos ante el Sacramento de la Confesión. Este es un tema muy actual, porque hay muchas personas, especialmente los jóvenes, que prefieren buscar un psiquiatra en vez de un padre espiritual. Los conocimientos en este terreno le pueden revelar al sacerdote confesor algunas interferencias del mismo con el Sacramento de la Confesión, pero también la superioridad de este último ante lo primero. La psicoterapia demuestra la necesidad de un cofesor que desata, pero no rehace, no renueva, porque al método le falta un soporte gratífico. Si la psicoterapia reorienta el comportamiento en el mismo límite de la manifestación, la confesión lleva al penitente del orden natural a uno supranatural: el de la Gracia.

Por su parte, la preparación más inmediata incluye una “regla”, un canon que el sacerdote debe respetar cada vez que oficia el Sacramento de la Confesión. Así, antes de confesar, es necesario que el sacerdote se confiese también. Él es un luchador constante contra el pecado, pero no sólo por medio de la palabra, sino también con sus actos; no sólo en contra del pecado presente en sus feligreses, sino también en contra del pecado que también a él lo pone a prueba. El padre espiritual es una ventana por medio de la cual los fieles que vienen a confesarse pueden ver a Cristo; él es la ventana a través de la cual la luz gratífica de Cristo —presente, aunque no la podamos ver— rebosa sobre el penitente. El sacerdote que se confiesa (antes de confesar a otros) sabe entender los estados por los cuales atraviesa el penitente antes y durante la Confesión, porque él mismo los ha vivido.

(Traducido de: Pr. Prof. Dr. Viorel Sava, Taina Mărturisirii în riturile liturgice actuale, Editura Trinitas, 2004, pp. 111-118)