De la vida de San Jorge (Lazar) el Peregrino
Se dice que cuando alguien le daba más dinero que una simple moneda, él no quería recibirlo, respondiendo con suavidad: “¡Hijo, mejor dáselo a los pobres, que así nos los ordena el Señor!”.
Decían los discípulos del Anciano Jorge que una vez, orando como de costumbre en la iglesia, se le mostró el maligno y le preguntó enfurecido:
—¿Qué haces aquí?
—¡Estoy orando!, respondió el anciano con arrojo.
—¡Haces bien!, dijo el maligno, antes de desaparecer.
Otra vez, el anciano les relató:
—Un domingo, al volver de la iglesia, vi que en la taberna del pueblo había una gran multitud de personas bebiendo, y entre ellos pude ver también un enjambre de demonios, como no había visto antes en ningún lugar.
Se dice que cuando alguien le daba más dinero que una simple moneda, él no quería recibirlo, respondiendo con suavidad:
—¡Hijo, mejor dáselo a los pobres, que así nos los ordena el Señor!
Otra vez, una mujer muy pobre vino a buscarle y, entre lágrimas, le dijo:
—Venerable, soy viuda, tengo cinco hijos y nada para darles de comer.
—¿Cuánto necesitas?, le preguntó impresionado el anciano.
—Por lo menos cien lei.*
Entonces, él le dio todo lo que había recibido en ese día.
En cierta ocasión, el anciano Jorge se subió a un tren en (el municipio de) Paşcani, para ir (a la ciudad de) Roman, pero no tenía boleto. El inspector le dijo:
—¡Lo siento, abuelo! Si no tienes un boleto, en la próxima estación tendré que bajarte.
Sentado en su lugar, el anciano repetía en silencio el Salterio, que había memorizado desde joven. Mientras, los demás pasajeros comenzaron a suplicarle al inspector que no molestara al anciano, sabiendo que era un hombre de vida santa.
Sin embargo, al llegar a la siguiente estación, el inspector le hizo bajarse. Caminando despacio a nn lado de la línea del tren, el anciano susurró:
—¡Amados míos, quédense aquí, con Dios y con la Madrecita del Señor!
Minutos después, el maquinista comprobó que el tren no se movía... Nadie podía explicarse lo que ocurría, hasta que entendieron que era por haber echado a aquel piadoso anciano. El inspector corrió a buscarlo y, hallándolo, le pidió que subiera nuevamente a su vagón. Sólo así lograron que la locomotora volviera a moverse.
* Moneda rumana. (N. del T.)
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 501-502)