De las virtudes del alma y las del cuerpo
Todos esos sacrificios representan una muerte vivificadora, que fortalece al ser, ordenan la vida interior y nos hacen asemejarnos cada vez más a Dios.
La “semejanza” con Dios es algo que realiza el hombre entero, en su cuerpo y su alma. Luego, también el cuerpo debe espiritualizarse y ceder lo que haga falta para dejarse conducir por el espíritu. Esto es precisamente lo que buscan los Padres con sus distintos sacrificios como el ayuno, las vigilias prolongadas, las lágrimas de contrición, la paciencia ante las privaciones y demás esfuerzos parecidos: refrenar el cuerpo y matar todo impulso de pecado. En pocas palabras, matar la muerte que hay en el hombre. Todos esos sacrificios representan una muerte vivificadora, que fortalece al ser, ordenan la vida interior y nos hacen asemejarnos cada vez más a Dios.
“¿Por qué mata su cuerpo de esa manera?”, le preguntó su discípulo a un asceta. “Para que él no me mate a mí”, respondió el anciano. Vemos pues, cómo los Padres devinieron en un ejemplo de virtud y preceptores de aquellos que buscan las cosas del espíritu, haciéndose dignos de las bondades eternas y de poder ver de frente a la Santisima Trinidad. El ejemplo de los grandes ascetas nos enseña lo que necesitamos saber sobre ese doble trabajo de renovación del hombre: espiritual y material. Además de las virtudes espirituales, también hay que agregar las del cuerpo, o, mejor dicho, todas ellas deben caminar juntas, porque es juntas como ayudan al desarrollo del hombre espiritual.
(Traducido de: Protosinghel Petroniu Tănase, Ușile pocăinței, meditații duhovnicești la vremea Triodului, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1994, pp. 34-35)