De lo bello y lo desagradable
Si la creación hubiera sido eso que creen los materialistas, en ningún caso hubiera existido la belleza de las formas creadas por el Espíritu.
Del espíritu de una fuerza inconmensurable son atravesadas las masivas montañas, rodeadas por un cúmulo de nubes oscuras y por las olas del océano; estas últimas, azuzadas por la tormenta, vienen a golpear los acantilados en la orilla. El espíritu de la eternidad y de lo infinito mana sobre nuestras almas desde los millones de estrellas del cielo nocturno. ¡Cuánta alegría y cuánta paz nos regalan los suaves colores del amanecer, y los campos y lagos inundados por la luz de la luna!
La naturaleza evidencia el valor supremo de la belleza moral y la repulsión por lo desagradable ante los ojos mansos y puros de los hombres buenos, en la repelente figura de los malhechores y los infames. Y si esto es tan evidente, entonces en estas formas de la belleza y la fealdad moral percibimos realmente la irradación tanto del espíritu de la belleza como del espíritu de la maldad, que influyen en nuestros corazones. Así pues, ¿es que no tenemos razón en afirmar que en la base de esas profundas percepciones espirituales —que recibimos desde lo bello o desagradable de las formas del mundo inanimado— hay influencias, propias a la naturaleza entera, que actúan sobre nosotros, de forma similar a la energía espiritual?
No es relevante el hecho que la materia amorfa no produzca en nosotros impresión alguna en el orden de lo espiritual; lo importante es que el Espíritu está asociado con la forma. Nosotros hablamos del hecho que el Espíritu orienta el desarrollo de los cuerpos humanos en formas correspondientes. En este punto es necesario decir que por medio de la contribución creadora del Espíritu se crean también las formas del mundo inanimado, todas las formas de la creación. En esa acción profundamente espiritual, aún en la interacción moral —que es producida sobre nosotros por la belleza de la naturaleza inundada por la energía espiritual—, debemos ver el objetivo y la relevancia de la belleza. Si la creación hubiera sido eso que creen los materialistas, en ningún caso hubiera existido la belleza de las formas creadas por el Espíritu.
(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, Puterea inimii, Editura Sophia, Bucureşti, 2010, p. 70-71)