De nuestra forma de percibir los milagros
El milagro se diferencia fácilmente de los hechos históricos ordinarios, por el hecho de que, teniendo un carácter claramente extraordinario, atrae la atención de los contemporáneos de una forma excepcional.
Tratándose de fenómenos, es decir, de actos que se hallan bajo la influencia de los sentidos, los milagros pueden ser conocidos, y la diferencia entre milagros verdaderos y milagros falsos puede hacerse fácilmente, si tomamos en cuenta el carácter sobrenatural y el propósito religioso-moral del milagro, así como las condiciones que tiene que cumplir el taumaturgo (la persona que obra milagros), como órgano o instrumento de la revelación divina.
El milagro puede conocerse como tal y distinguirse, en primer lugar, de los fenómenos o los actos naturales, en el hecho de que sobrepasa como efecto las causas naturales. La sanación de un enfermo, valiéndonos de medicamentos o siguiendo un tratamiento médico cualquiera, digamos, con baños, un régimen alimenticio severo, etc., o por medio de una intervención quirúrgica, es algo natural, pero sanar a alguien con la sola palabra o desde la distancia, es algo que, sin duda, constituye un milagro, porque no es realizado de forma “normal”, sino por medio de la Gracia de Dios.
El milagro se diferencia fácilmente de los hechos históricos ordinarios, por el hecho de que, teniendo un carácter claramente extraordinario, atrae la atención de los contemporáneos de una forma excepcional.
Un milagro falso se diferencia de uno verdadero, por extraordinario que parezca, porque carece de un propósito religioso-moral y es practicado buscando un interés, a menudo material, o para satisfacer la curiosidad de las masas. En esta categoría entran los “milagros” que realizan los chamanes, los brujos de las tribus más primitivas, los faquires, los espiritistas, los que se dedican a practicar la hipnosis, etc.
(Traducido de: Mitropolitul Irineu Mihălcescu, Teologia luptătoare, Ediția a II-a, Editura Episcopiei Romanului și Hușilor, 1994, pp. 109-110)