De otro milagro obrado por San David de Eubea
Cuando más sumida se hallaba en dichas cavilaciones, volvió a escuchar la voz de San David, quien le dijo: “No hagas mal a nadie. ¡Tienes que aprender a perdonar!”.
A raíz de una complicada intervención quirúrgica, una mujer fue enviada a la sección de cuidados intensivos del hospital. Se le había formado un edema pulmonar y fue declarada en estado crítico. Cuando llevaba ya nueve días en cuidados intensivos, los médicos decidieron que había que hacerle otra ronda de análisis, para determinar si había alguna mejora. Sin embargo, por descuido, después de hacerle todos esos exámenes, el médico a cargo olvidó ordenar que le quitaran los ceñidos vendajes que le habían puesto a la mujer en las piernas, los cuales, con el paso de las horas, empezaron a dificultarle la circulación sanguínea.
Así, esa noche la mujer se vio en un serio peligro de morir. Acordándose de la ayuda que San David de Eubea había prestado con anterioridad a su familia, la mujer empezó a pedir con fervor la intercesión del santo. En un momento dado, vio que a su lado se hallaba un monje, el cual le dijo con dulzura: “No temas. A partir de este momeno quedas completamente sana. ¡Ya no tienes nada!”. Y le dijo que había que deshacer los vendajes, y que él la ayudaría. Además, le dijo su nombre. Viendo cómo los vendajes y las sábanas se movían sobre ella, aparentemente por sí mismos, la mujer empezó a llamar a gritos a la enfermera de turno. Cuando esta llegó, vio lo que sucedía y le deshizo los vendajes a la paciente.
A las cinco de la mañana, la mujer se despertó, sintiendo sobre su frente la mano de San David, quien le dijo: “Levántate, ya estás bien. Diles a los médicos que procuren no volverse a equivocar”.
Pero la mujer no podía dejar de pensar que el médico que había permitido tal error, tenía que asumir las consecuencias legales de su imprudencia. Cuando más sumida se hallaba en dichas cavilaciones, volvió a escuchar la voz de San David, quien le dijo: “No hagas mal a nadie. ¡Tienes que aprender a perdonar!”.
Pocos días después, completamente restablecida, la mujer viajó a Eubea para agradecer el auxilio de San David y dar testimonio del milagro ocurrido en su vida, aquellos días en el hospital.
(Traducido de: Viaţa şi minunile Cuviosului David din Evvia, Editura Egumeniţa, pp. 80-81)