De por qué tenemos que confesar nuestros pensamientos
Los pensamientos persistentes son esos que no pueden ser apartados, ni despreciándolos ni rechazándolos, ni siquiera con nuestras oraciones, porque siguen atacándonos, especialmente si los entretejemos con las pasiones.
Un método muy simple y eficiente para alejar los malos pensamientos consiste en confesárselos a un padre espiritual experimentado. San Juan Casiano nos ofrece una analogía muy elocuente: “Tal como la víbora, cuando es sacada de su escondite, busca la forma de huir y esconderse nuevamente, así también, los malos pensamientos, cuando son revelados en el transcurso de una confesión completa, se apresuran en huir del hombre”. A continuación, compartiéndonos un ejemplo ofrecido por el abbá Serapio, San Juan Casiano cita estas palabras: “No hay nada que dañe más al monje y que regocije más a los demonios, que ocultar nuestros pensamientos a nuestro padre espiritual”. Esconder nuestros pensamientos destruye nuestra vida espiritual y nos arroja a las manos del maligno, para que haga con nosotros lo que le apetezca. La conclusión de San Juan Casiano es la siguiente: “Así, a partir de todo lo mencionado, tienes que aprender que no hay otro camino a la salvación más que este: confesar tus pensamientos a tu padre espiritual y dejarte guiar por él hacia la virtud, y en ningún caso por tu propia opinión”. La misma idea fue defendida por San Barsanufio: “El que no revela sus pensamientos, se queda sin poder sanar”. En consecuencia, tenemos que confesar nuestros pensamientos, especialmente los más insistentes, presentándoselos a nuestro padre espiritual, quien es el responsable de nuestra salvación, y quien nos sanará, con la ayuda de Dios, por medio de sus oraciones. Los pensamientos persistentes son esos que no pueden ser apartados, ni despreciándolos ni rechazándolos, ni siquiera con nuestras oraciones, porque siguen atacándonos, especialmente si los entretejemos con las pasiones.
(Traducido de: Mitropolitul Hierotheos Vlachos, Psihoterapia ortodoxă: știința sfinților părinți, traducere de Irina Luminița Niculescu, Editura Învierea, Arhiepiscopia Timișoarei, 1998, pp. 273-274)