De rodillas, orando sin cesar
No hay nada como la repetición incesante y pura de los salmos.
No hay nada más amado por Dios y honrado por los ángeles, nada que humille tanto al maligno, nada que aterrorice tanto a los demonios, nada que aleje tan fuertemente el pecado, nada que fortalezca tanto el conocimiento, nada que borre las faltas ni que nos lleve a obtener la misericordia, la sabiduría en el corazón y el consuelo espiritual, concentrando también la mente, como postrarse de rodillas y, en silencio, orar sin cesar. Este es el puerto que tanto añoran, entre lágrimas, los pensamientos contritos, este es el tesoro de fortaleza, baño para el corazón, camino a la pureza, senda a las revelaciones y escalera de la mente: Además, hace que la inteligencia se acerque a Dios, llevándola a recibirlo en todos sus movimientos, tal como lo haremos en la vida futura; asimismo, compensa rápidamente las deudas contraídas por una indolencia prolongada. No hay nada como la repetición incesante y pura de los salmos. Pero si hay quien se aparte de ello, en mayor o menor medida, al sentir con más fuerza el deseo de orar postrado hasta el suelo, que nadie lo juzgue como un indolente, sino como uno que se siente atraído por un nivel más alto, por un afán más grande y por una oblación de la cual saldrá en parentesco con Dios, porque habrá recibido un don más interior. El desprecio a los salmos es, no obstante, una insolencia, si lo hacemos por orgullo, si los rechazamos como si fueran concubinas herejes, o si dejamos de leerlos por pura dejadez. Pero recitarlos con humildad, en nuestra oración incesante, es cumplir con este sacrificio, porque apaciguan el cuerpo y aconsejan a la mente en cosas nuevas, por medio del Espíritu que le llena de dones y le santifica con Sus santificaciones. El sacrificio de la oración es parte de cualquier virtud, porque a partir de ella el consuelo se apresta a venir. Esta forma de oración hace de los sacrificios como una colmena llena de miel, para aquel que los soporta. Para quien sabe apreciar la dulzura oculta en los sacrificios, cargar con su propia cruz es algo dulcísimo.
(Traducido de: Sfântul Isaac Sirul, Cuvinte către singuratici despre viața duhului, taine dumnezeiești, pronie și judecată. Partea a II-a recent descoperită, Editura Deisis, Sibiu, 2007, p. 207)