Palabras de espiritualidad

De un stárets que supo guiar una gran comunidad de monjes en tiempos difíciles

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

Que cada uno se esfuerce en ennoblecer su alma y en perfeccionar sus pensamientos con la lectura de las Santas Escrituras, guardando los Mandamientos del Señor y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia...”

En 1873, el stárets Timoteo dirigía, sólo en el Monasterio Neamţ, una comunidad de 360 miembros conformada por 6 archimandritas, 30 padres espirituales y hieromonjes, 18 hierodiáconos y 306 monjes. En el Monasterio Secu tenía 89 monjes. En la skete Vovidenia había 50 monjes, en la skete Pocrov eran 16 los monjes, en la skete Sihăstria vivían 11 y en la skete Sihla eran 9 los monjes que moraban. La mayoría provenía de distintas regiones del país, anque también había algunos extranjeros. Todos vivían en una armonía muy especial, obedeciendo por completo las directrices de su buen starets. Si alguien cometía alguna falta, el stárets lo enviaba, como penitencia, a alguna de las sketae que dependían del monasterio. Al cumplir con la penitencia impuesta, el monje podía volver a su lugar original de obediencia.

Durante la Guerra de la Independencia, en 1877, el stárets Timoteo dio muestras de un gran patriotismo y misericordia con los heridos, juntando dinero para ayudar a quien lo necesitara y enviando monjes en las ambulancias que asistían al frente de batalla.

Así, el gran stárets, guiado por la Gracia del Espíritu Santo, estaba presente en todo: en la iglesia, en el sanatorio, en la casa para peregrinos, en la biblioteca, recibiendo a los visitantes y confesando a quienes se lo pedían. Todo lo hacía con sabiduría, a todos los abrazaba con amor sincero; siempre tenía palabras de consuelo y aliento espiritual para cada monje y para cada laico que se le acercaba.

Luego de 27 años de humilde labor monacal y otros 27 de fructífera conducción espiritual del Monasterio Neamţ, el piadoso archimandrita Timoteo Ionescu entregó su alma en manos de Cristo, el 10 de junio de 1887, siendo acompañado hasta su última morada por un cortejo de casi 500 monjes y llorado con el repique de las campanas de los 10 monasterios y sketae de la zona.

Antes de sepultarlo, su discípulo leyó parte del testamento de este gran s8tárets, que decía así:

«Les suplico, amados, no olviden los consejos del humilde Timoteo. No olviden los votos que pronunciaron al ser tonsurados. No olviden el nombre que cada uno lleva y el nombre del monasterio en el que viven. Que cada uno se esmere en dignificar cada monasterio con sus acciones. Háganse dignos de morar en él.

Amen la Ley del Señor, cuiden de la Iglesia y de los santos monasterios. Respeten los buenos hábitos aprendidos de nuestros piadosos padres. Sigan el camino que lleva a la santidad y no se dejen caer en las trampas del mundo. Acuérdense de nuestros antepasados y, siguiendo su fe, considérenlos un pronto auxilio en el camino a la salvación.

Que cada uno se esfuerce en ennoblecer su alma y en perfeccionar sus pensamientos con la lectura de las Santas Escrituras, guardando los Mandamientos del Señor y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. Ámense y ayúdense recíprocamente, con un santo amor en el Señor, para que, salvándose, puedan salvar también a otros. Trabajen en redimir el mundo, porque vivimos tiempos aciagos. No lloren por mí, sino por ustedes mismos, para que puedan vivir para el Señor.

Yo, Timoteo, el difunto, parto con esperanza hacia donde están mis padres y les dejo este testamento, para que cada uno sepa honrar con santidad el monacato, hasta el final de sus días...».

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 457-458)