De una lección que Dios quiso darme después de la Divina Liturgia
En ella reconocí a una persona a la cual Dios le habla con la misma plenitud con la que nos habla a nosotros en la Liturgia, en nuestros semejantes, en todo lo que vemos y oímos. Recuerdo que me dijo, con una paz muy profunda: “soy una persona completa, en toda mi debilidad”.
Hoy, después de la Divina Liturgia, presa de un profundo sentimiento de impotencia, pero también atrapado por la conciencia de que esta oración eucarística es —muchas veces— solamente lo que nos queda por hacer, noté que había alguien sentado en la banca que está frente a la iglesia.
Aunque visiblemente inundado por este sentimiento, pude observar que, sin embargo, dicha persona parecía no advertir mi presencia. ¡Una señal más de que esta impotencia mía era algo realmente difícil de sobrellevar! En un momento dado, una señora ya mayor salió de la iglesia y me dijo que tanto ella como la otra persona que estaba en la banca deseaban hablar conmigo.
Entonces, me senté con ellas… Para descubrir, posteriormente, que la persona que esperaba sentada en la banca, que tenía casi mi misma edad, no me había observado antes porque padecía de una ceguera casi total. Y no pude sino sentir admiración, al pensar que dicha persona había subido el fatigoso camino que lleva hasta nuestra ermita… ¡y, con todo, irradiaba una gran paz!
Tomé sus manos entre las mías y le pregunté si podía verme… Me dijo que veía solamente algo negro, mi sotana. Pero, ante todo, emanaba una cierta vibración que nunca antes había encontrado en alguien.
Esta persona vivía de una forma verdaderamente admirable su limitación, exactamente lo opuesto a lo que sentía yo. Me dijo que ella se consideraba un ser completo, incluyendo lo que tenía y lo que le faltaba.
Le hablé un poco de la oración y vine a descubrir, en una persona no necesariamente ligada a las cosas de la Iglesia, el sentido del Evangelio de la sanación del lunático, que ella portaba silenciosamente en su corazón.
En ella reconocí a una persona a la cual Dios le habla con la misma plenitud con la que nos habla a nosotros en la Liturgia, en nuestros semejantes, en todo lo que vemos y oímos. Recuerdo que me dijo, con una paz muy profunda: “soy una persona completa, en toda mi debilidad”.
¡Y cuánta falta me hacía escuchar algo así…!