Palabras de espiritualidad

¿Debo aceptar o intentar transformar lo que he “heredado” de mis ancestros?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Dios quiere hacerme feliz, a pesar de todas esas dolorosas apariencias. Hagamos Su voluntad, aceptemos lo que se nos ha dado y ofrezcámoselo a Él para que lo santifique.

¿Qué rol tiene la herencia en nuestra vida? ¿Cómo corregir nuestras “imperfecciones” heredadas? ¿Tenemos que aceptarlas, o es mejor intentar transformarlas?

—¡Sí, por supuesto, eso es lo que tenemos que hacer! Pero no es nada sencillo, porque piensas que no queremos, y por lo tanto no podemos, aceptar nuestra herencia. Luego, tenemos que decir lo mismo que la Madre del Señor: “¡Sí!”, porque no tenemos ninguna posibilidad de ser alguien más, pero sí la posibilidad de ser felices y santos, tal cual somos. No hay ninguna carga genética, ningún atavismo que pueda bloquear la información de la imagen de Dios que mora en nuestro interior. La genética viene y desarticula algo que está muy por encima del sello de la imagen de Dios en nosotros. Y después viene también la educación, que destruye más que la herencia. Pero lo hace a nivel superficial en nuestra vida. Adentro de nosotros, en lo profundo, está la imagen de Dios y, una vez entramos allí, imediatamente después de dar el primer paso en ese lugar, después de alimentar nuestro espíritu con la Gracia de Dios, que es sanadora y vivificadora, todo lo podrido empieza a desaparecer… ¡mira el caso de los santos! No hubo ninguna debilidad que pudiera detenerlos. Dios hizo todo bueno, y así lo sigue haciendo con todo lo que trae a la existencia, pero el hombre estropea, en su superficie, lo creado. Solamente el hombre tiene el privilegio, llamado actualmente “derechos humanos”, de desviarse del camino. Dios no comete errores. El hombre es ese milagro que tiene la voluntad de extraviarse. Solo que eso lo hace infeliz. Si el hombre entiende esto, ningún “accidente” hereditario podrá robarle la alegría. Quien no entienda este misterio, quedará por siempre descontento, sometido a la esclavitud del sufrimiento brotado de la aversión del “¿por qué?”. Dios quiere hacerme feliz, a pesar de todas esas dolorosas apariencias. Hagamos Su voluntad, aceptemos lo que se nos ha dado y ofrezcámoselo a Él para que lo santifique. Dios santifica todo lo que el hombre le presenta para ser santificado.