Palabras de espiritualidad

Del coraje y la valentía de los cristianos de antes

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

O renuncias a Cristo, o te matamos a ti y a tus hijos”. “A mi esposo se lo llevó Cristo”, respondió ella. “Mis hijos se los encomiendo a Cristo... y yo tampoco renunciaré a mi fe en Él”. ¡Qué valor!

Padre, una vez nos habló algo sobre su abuela...

—Mi abuela era una mujer muy valiente. Recuerdo que siempre llevaba un yatagán consigo, por cualquier cosa. Imagínate, una viuda, sola y con dos hijos, ¿cómo podría hacerle frente a los turcos? ¡Qué años tan duros! Todos le temían. Era como un hércules. Una vez, un ladrón quiso entrar a robar de noche al viñedo que estaba a un lado del cementerio. Y, para asustar a quienes le pudieran ver, se vistió con un camisón blanco que le llegaba hasta los pies. Así, entró al cementerio y comenzó a caminar entre las tumbas. El problema es que justo en ese momento mi abuela iba pasando por el lugar. El ladrón, al ver a mi abuela a través de la cerca, se arrojó al suelo y se hizo el muerto, para asustarla y que ella creyera que se trataba de un fantasma. Sin embargo, mi abuela, en vez de asustarse, entró al camposanto y le dijo al presunto espectro. “¡Si hubieras sido una persona buena, te estarías descomponiendo en la tierra!”. Y, desenvainando el yatagán, comenzó a golpearlo con la empuñadora hasta que lo dejó sin poder moverse. Ni siquiera sabía quién era aquel hombre. Días después, en la aldea comenzó a circular el rumor de que había un vecino que de la nada había quedado tullido. Sólo así mi abuela supo quién era el disfrazado del cementerio.

En nuestros tiempos, son escasos los valientes. Todo el mundo es débil. Por eso, si empezara una guerra—Dios no lo quiera—, unos morirán de miedo en sus casas y otros en la calle, debido a algún esfuerzo realizado. Y es que todos se han acostumbrado a “vivir bien”.

¡Qué valientes eran las personas de antes! Cerca del monasterio del Piadoso Flavián, en el Asia Menor, los turcos atraparon a un hombre y lo mataron. Después le dijeron a su esposa: “O renuncias a Cristo, o te matamos a ti y a tus hijos”. “A mi esposo se lo llevó Cristo”, respondió ella. “Mis hijos se los encomiendo a Cristo... y yo tampoco renunciaré a mi fe en Él”. ¡Qué valor! Cuando el hombre no tiene a Cristo en su interior, ¿cómo podría tener semejante valentía? Actualmente, porque no tienen a Cristo, los hombres construyen su vida sobre arena.

En esos años también las mamás eran valientes, al igual que sus hijos. Recuerdo que, en Konitsa, una vecina que estaba embarazada caminó una hora y media para trabajar en el maizal que tenía en las afueras de la aldea. Allí mismo dio a luz a su hijo. Lo tomó en sus brazos, lo envolvió en una mantita y volvió a casa. “Ya nació mi hijo”, nos dijo al pasar frente a la puerta de nuestra casa. Esto ocurrió en los años de la ocupación alemana. Años muy duros. Actualmente, hay mujeres que, por temor y no por razones médicas, están seis o siete meses acostadas antes de dar a luz.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul II. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a II-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 234-235)

 

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