Del inesperado auxilio que una joven recibió de San Juan de Kronstadt
“Salieron afuera y empezaron a caminar despacio por el jardín, hablando largamente. En un momento dado, vimos que la muchacha se detuvo y empezó a llorar amargamente. Después, cuando venían de regreso, el padre parecía de mejor humor...”
«En el Monasterio de San Juan de Rila (San Petersburgo) teníamos la siguiente norma: nuestros parientes y amigos nos podían visitar en determinados días y a determinadas horas, cada semana. Así, un día, una joven vino a visitar a una de las monjas. Se veía que algo le ocurría: estaba pálida, parecía confundida y respondía con dificultad a las preguntas. No sabíamos qué hacer, pero casi no tuvimos tiempo de preguntarle nada, porque nuestro amado padre Juan llegó justo en ese momento. Corrimos alegremente a su encuentro. También aquella joven salió con nosotras. El padre empezó a subir los peldaños, aunque se le veía algo intranquilo. Sin embargo, fue saludando cortésmente a todo el mundo. Cuando llego a donde estaba la chica, le dijo:
—¡Es por ti que he venido, aunque tengo mucha prisa!
Nadie entendió lo que el padre quiso decir, aunque la muchacha se tornó aún más agitada, estremeciéndose por el temor. El padre continuó:
—Primero haré unas oraciones y después vamos a conversar. Te quedarás aquí, ¿entiendes? —dijo, con un tono fuerte, imperativo, y después entró a ponerse sus vestimentas litúrgicas.
Todas nos fuimos a orar, llevándonos con nosotras a aquella joven. Después apareció el padre y, tomándola de la mano, le dijo:
—¿Qué pasa? ¿Perdiste la cabeza? ¿En qué estabas pensando? En fin, ahora ven conmigo.
Salieron afuera y empezaron a caminar despacio por el jardín, hablando largamente. En un momento dado, vimos que la muchacha se detuvo y empezó a llorar amargamente. Después, cuando venían de regreso, el padre parecía de mejor humor. Le dio su bendición y le oímos decir:
—Bien, ¿ahora estás más tranquila?
Ella le agradeció, le besó las manos y se arrodilló a sus pies. El padre Juan se despidió de todo el mundo y dijo:
—¡No me queda nada más qué hacer aquí por el día de hoy!
Y partió. Inmediatamente, todas le preguntamos a la chica qué le había dicho el padre. Y ella nos relató que había estado comprometida con un muchacho y que, cuando todos los preparativos para la boda estaban casi terminados, el muchacho se había enamorado de otra chica y se había ido con ella. Desolada, nuestra joven pensó en sucidarse arrojándose a las vías del tren. Mucho tiempo estuvo dándole vueltas a esa idea, sin embargo, ese día, cuando vino al monasterio, estaba decidida a quitarse la vida. Su corazón estaba completamente oscurecido y por eso fue que antes de materializar su idea se le ocurrió pasar un poco por nuestro monasterio. Nuestro amado padre sintió claramente su dolor y, al venir, empezó a reprenderla por aquella decisión. Cuando ella le prometió que no volvería a pensar en sucidarse, el padre le dijo:
—Pronto encontrarás un buen esposo y tendrás una bella familia.
Y, en verdad, un par de años después la chica se casó, viviendo feliz al lado de su esposo, con quien tuvo una familia numerosa».