Palabras de espiritualidad

Del llamado a la unidad en la fe que hacemos en la Liturgia

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Nos entregamos a Dios no solamente cada uno por su propia cuenta, sino también recíprocamente, porque la ley del amor nos ordena cuidar no sólo de nosotros mismos, sino también de los demás.

Después de haber pedido primero la “unidad en la fe” y la “comunión en el Espíritu Santo”, nos confiamos a Dios “a nosotros mismos, y los unos a los otros, y nuestra vida entera”. Pero ¿qué es la unidad en la fe? Dice la Escritura: “Un hombre irresoluto es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1, 8), llamando “irresoluto” al que titubea, al que no está seguro. Tal clase de hombre avanza a trompicones, tomando hoy una dirección y mañana otra, incapaz de decidir qué camino tomar definitivamente. Lo opuesto a esto es la determinación, la firmeza, la seguridad, eso que se demuestra por medio de la unidad. Porque, el que cree decididamente, cree de una sola manera sobre cada cosa: para él se es o no se es. En tanto que el indeciso cree una y otra cosa, lo que se extrae de la misma etimología del verbo “dudar” (en latín, dubitare significa “vacilar entre dos cosas”). Entonces, esa “unidad en la fe” consiste en tener una fe firme, sin una pizca de duda.

Y la comunión en el Espíritu Santo consiste en la Gracia de Dios. Se llama “comunión”, porque después de que Cristo derribó con la Cruz el muro de enemistad entre Dios y los hombres, era necesario que los que antes eran extraños y no tenían nada en común, de ahora en más fueran uno solo y tuvieran vinculación. Esto ocurrió cuando el Descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Porque fue de ahí que vino a los hombres la Gracia del Santo Bautismo y el manantial de dones que nos hace participar de la divinidad, como dice el Santo Apóstol Pedro (II Pedro 1, 5).

El que quiera entregarse debidamente a Dios, necesitará tanto de la unidad en la fe como de la comunión en el Espíritu Santo. Y nos entregamos a Dios no solamente cada uno por su propia cuenta, sino también recíprocamente, porque la ley del amor nos ordena cuidar no sólo de nosotros mismos, sino también de los demás.

(Traducido de: Sfântul Nicolae Cabasila, Tâlcuirea dumnezeieștii liturghii, traducere din greacă de Pr. Prof. Dr. Ene Braniște, Editura Arhiepiscopiei Bucureștilor, București, 1989, pp. 20-21)